Dentro de los hábitos básicos de salud para el conjunto de la población están los vinculado al sueño. Un sueño bien regulado, de una duración correcta, en buenas condiciones es un elemento determinante para mantener y cuidar no sólo un correcto descanso, sino una mejor salud. En el caso de los menores, la cuestión es – si cabe- más importante, puesto que un sueño correcto es sinónimo de un crecimiento, desarrollo y evolución más saludable.
Desde bebé y hasta bien avanzada la etapa infantil, dormir la cantidad y en la calidad necesaria es el mejor ingrediente para favorecer la maduración cerebral, desarrolla la memoria en un proceso de reorganización neuronal y beneficia el proceso de asimilación de aprendizajes y experiencias. Un sueño profundo y duradero tiene sus efectos en el crecimiento físico del menor, pero también en el favorecimiento de las capacidades mentales, el desarrollo de la creatividad, la combinación de pensamientos, la imaginación y el procesamiento de mecanismos de reflexión, ideas y conceptos abstractos.
En sentido contrario, todos sabemos que la falta de sueño genera problemas de comportamiento entre los menores, irritabilidad, falta de concentración, obesidad y cambios en los estados de ánimo. La literatura científica entiende que los niños que duermen bien presentan sistemas inmunitarios más sanos, mejor memoria y salud mental. Sueño y salud es un binomio indisoluble.
Si entendemos la importancia de este elemento básico de nuestra vida, en consecuencia, debemos prestar especial atención a las rutinas y hábitos que favorezcan una mejor calidad de sueño para nuestros hijos e hijas.
Por lo tanto, lo primero es predicar con el ejemplo. Si dormir bien es importante, uno debe ser consecuente y aplicarlo como modelo a sus hijos e hijas, como ocurre con los hábitos de alimentación o de práctica deportiva. Trasnochar y alargar las noches no son buenos modelos entre los más jóvenes.
Lo mejor para generar estas rutinas compartidas es entender que el proceso del sueño debe comenzar dos o tres horas antes del mismo. La melatonina es el elemento primordial en este proceso, y debemos favorecer su asimilación. De una parte, hay que evitar actividades estimulantes previas al sueño, buscar espacios de tranquilidad y sosiego y, como elementos, generar espacios de ruido y luz que impulsen a un buen dormir. Por ejemplo, las luces amarillas o de tonos cálidos son mejores para esta función que las blancas o luces frías. Hay que evitar a determinas horas el consumo de tecnología, especialmente el uso de las pantallas de teléfonos, televisores u ordenadores, etc… al menos, una hora antes del sueño.
La rutina debe comenzar con una cena anticipada, que permita al menos una hora de digestión antes de acostarse. Además, se debe generar un ambiente con hábitos uniformes: cepillado de dientes, lectura en compañía y cama. El espacio donde duerme debe estar preparado para el sueño, así que debemos evitar que sea un entorno repleto de juegos y juguetes que lo estimule. Es cierto que la compañía de un peluche, una muñeca o cualquier otro elemento, puede ayudar al menor a combatir la sensación de ansiedad o generar confianza, de modo que un estado de mayor relajación supone mejor predisposición al sueño. Su habitación, además, debe ser un entorno con el mayor nivel de confort, tanto en temperatura, como en ruido y luz.
Sueños y TDAH
En el caso de niños con diagnóstico de TDAH, las consideraciones previas al sueño son más importantes. El respeto a las rutinas tiene mayor incidencia en la capacidad de dormir y de dormir bien, puesto que los trastornos del sueño se suelen dar con mayor incidencia en estos niños y niñas.
En estos casos, las dificultades de contraer el sueño, el despertarse varias veces a lo largo de la noche, sufrir pesadillas y otros trastornos de sueño se dan con mayor incidencia. El grado de ansiedad puede ser determinante, lo que nos indica que hay que rebajar todos los estímulos que redunden en ello. Porque un mal sueño, es preludio de un peor día, en cuanto su nivel de irascibilidad, falta de concentración, estado de ánimo y bienestar físico.
Por lo tanto, debe establecerse un patrón de rutinas más estricto, animar a la práctica de ejercicio, organizar la jornada siguiente en el caso de adolescente de modo que le repercuta en su nivel de tranquilidad y eliminar en todo caso alimentación o el uso de dispositivos estimulantes.
Sin duda, un buen sueño es el mejor alimento para un buen día. No siempre es sencillo, pero debemos tener paciencia y ser colaborativos en hallar las rutinas efectivas para nuestros menores. Descansar mejor, es vivir más intensamente. Felices sueños.