En estos tiempos que vivimos, en estas fechas de encuentros, de reuniones, de amistad y familia, hay siempre un elemento que se repite: el regalo. Ese presente que se entrega a otro por nuestra conexión emocional con él, por nuestra vinculación social, o por la necesidad de expresar – sin palabras – la importancia que tiene en nuestra vida. Un regalo, en realidad, es una forma de manifestar tres cosas esenciales, como el ‘me acuerdo’, ‘me importas’, y el ‘te quiero’.
Pero algunas cosas han cambiado, y ciertos comportamientos y costumbres sociales han tergiversado el verdadero valor del regalo. La sobreabundancia, el exceso, termina devaluando el valor del presente en sí, y lo que es peor, confunde el significado de este gesto entre los más pequeños. Regalar tiene muchas connotaciones positivas, y ofrece a nuestros niños y niñas mil lecciones de vida. Pero regalar también es un acto de responsabilidad y de educación en valores para nuestros niños y niñas donde nunca debemos perder el horizonte.
El valor del regalo estriba en la forma de transmitir cariño, afecto, esfuerzo y gratificación. Y cuando se regala en exceso, como se advierte desde el Consejo General de Colegios Oficiales de Pedagogos y Psicopedagogos de España, se termina confundiendo a los más pequeños sobre el mensaje final. Puesto que, si prima la cantidad, se termina borrado los mensajes positivos de ese gesto, su sentido y su valor.
Los menores deben entender que un regalo es un gesto de generosidad y altruismo, que no toda acción debe venir con una contraprestación o algo a cambio. En el acto de regalar no debe haber reciprocidad, sino gratitud, humildad, solidaridad y mucha, mucha generosidad. Lecciones que debemos compartir con nuestros niños y niñas.
Por ello, regalar debe entenderse como una práctica dentro de la educación en valores. Los adultos deben ser los primeros en dar ejemplo, y entender que ahogar en mil regalos al pequeño no puede servir como propia catarsis personal, por ejemplo, para superar frustraciones propias de la infancia, o complejo de culpa por no dedicarles suficiente tiempo en el día a día. Cuando el niño se ve abrumado por un número enorme de regalos termina aburriéndose, acaba desbordado y no resulta nada educativo.
Regalar es sólo una muestra de cariño. Y el amor debe ser la finalidad última, pero también la primera de ese gesto. Cuando los niños, en Navidad o en los Reyes Magos, abren y abren uno tras otro la montaña de regalos, sin prestar atención a ninguno de ellos, no recuerdan en ningún momento de dónde vienen, por qué vienen y, sobre todo para qué. Es decir, pierden el valor del gesto, y no encuentran el valor real de lo recibido.
Además de regular la cantidad, es importante que cada regalo – en el número que sean – esté adaptado a su edad y su desarrollo. Los regalos deben cumplir las tres normas básicas para los más peques: algo que usen, algo que quieran y algo que necesiten. No todo es posible, a pesar de los catálogos comerciales o la publicidad televisiva.
Los padres y madres deben explicar que no todo lo que se quiere se puede tener, y comentar con ellos el valor de lo que sí se tiene por encima de lo que se carece, preponderar su importancia y gestionar en positivo la satisfacción que genera haberlo recibido.
Sin romper la magia de la Navidad, los regalos deben ser fruto de cierto esfuerzo, pero no un mecanismo de chantaje o presión al menor. El regalo, o la cantidad de regalo, no puede interpretarse como el valor como persona se tiene. En ningún caso se debe dar el sentido o la percepción de que el menor vale por lo que tiene, y no por lo que es.
Es por ello, que los regalos – y el acto en sí de regalar – tiene mil lecturas y ofrece mil lecciones. Muchas son fundamentales para los niños y niñas en su proceso de desarrollo y madurez, en asimilar valores esenciales al ser humano. Pero también, hay otras mil lecciones escondidas para los padres y madres. Todos ellos deben entender que hay un fenómeno alimentado por ellos que genera niños ‘hiperregalados’, cuyos efectos emocionales vinculados a la posesión material de objetos les puede generar a confusiones severas nuestros menores en su etapa adulta.
Seguro que el mejor regalo no está envuelto, sino en las manos de quien lo da. Esa, y no otra, tendría que ser la lección principal entre lasmiles que se esconden entre el papel de regalo.