Entre las consultas que más han crecido en estos últimos tiempos en Instituto Alcaraz, las preguntas y las dudas sobre la disforia de género, especial entre niñas que se sienten y comportan bajos los clichés convencionales de niños, son las recurrentes. Niños o niñas trans, que se sienten como no son genera un terremoto de emociones, dudas e incertidumbres entre muchas familias, puesto que ven como su traslación al futuro se rompe en una parte esencial de ese diseño preconcebido para su hijo o hija.
Pero lejos de considerar este fenómeno como una ‘moda’, expresión que alguna vez se ha escuchado, lo cierto es que tiene que ver con una explosión de libertad y de aceptación de la realidad del menor que antes no se daba. Una situación que antes las familias ocultaban – y se ocultaban a sí mismas – hasta eclosionar de manera dramática (en muchos casos) cuando el menor llegaba a la pubertad y a la adolescencia, justo en el peor momento emocional y con un fuerte lastre psicológico acumulado en los años de infancia. Afortunadamente, los tiempos han cambiado. Pero no, no es una moda como no lo fue el fenómeno del divorcio con su legalización en los años 80 del pasado siglo, sino la visualización real de una cuestión que siempre ha existido. Simplemente, algunas aceptaciones sociales y normativas hacen más visibles realidades escondidas en los armarios de la intimidad, o de la vergüenza social dictada por la tradición.
Los estudios del Grupo de Identidad y Diferenciación Sexual (GIDS) de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición considera que, entre los 18 meses y los tres años, es la edad perfecta por detectar esta realidad. Cuando antes lo detectemos y se trabaje, menor será la dificultad en gestionarlo, tanto para el menor como para su círculo familiar.
Aunque no es hasta los 6 o 7 años cuando se considera estabilizada la identidad sexual del menor. El GIDS explica tres conceptos muy básicos antes de adentrarse a abordar la disforia sexual en menores y formarse para poder ayudar y acompañar al menor en este proceso de descubrimiento personal.
Para entender un niño o niña trans hay que entender conceptos esenciales. Por una parte, la identidad sexual, es decir, cómo se percibe cada una de las personas así misma. La orientación sexual, que es independiente de la primera y que tiene que ver con el sentimiento de atracción con respecto al otro. Y, finalmente, el género, entendido como una construcción social de la conducta donde cada sexo tiene un papel, unas rutinas de comportamiento en el conjunto de la comunidad y sobre la que se le espera un tipo de respuesta en función de su sexo biológico.
La disforia se manifiesta cuando hay una distancia entre el sexo asignado biológicamente y el género afirmado, es decir, sobre cómo se siente y se ve como individuo. Esto se manifiesta en edad temprana con comportamientos que truncan los roles comunes socialmente aceptados. Cuando el menor verbaliza su rechazo a su sexo, prefiere compañía con otros menores del sexo biológico opuesto, repite e imita comportamientos del otro sexo, incluso, rechaza sus genitales y su propio cuerpo. Estas son señales claras a tener en cuenta.
Esta realidad hay que gestionarla en un doble sentido. De una parte, hay que acompañar al menor en el proceso de encontrarse, de sentirse querido, pero también respetado sin ser juzgado. Y, desgraciadamente, cuidar al menor – y al conjunto familiar – de una sociedad que, aunque va mejorando en niveles de respeto y aceptación, aún se comporta de manera hostil y agresiva ante estas situaciones. Sin duda, esta situación común de rechazo, acoso y discriminación es parte del problema que redunda y alimenta muchos de los problemas psicológicos en los casos de disforia o transexualidad: la angustia, la soledad, la depresión, la pérdida de autoestima, etc. son causados por agentes exógenos a la persona.
El colegio de Psicólogos de Madrid, en un comunicado de 2015, ya hablaba de un proceso de rechazo social asociado a las personas trans y afirmaba que “son más vulnerables al rechazo y a la opresión binarista, en especial los niños y adolescentes en entornos escolares y familiares rígidos e inflexibles. Y los menores viven en riesgo de sufrir ‘estrés trans’, dado que socialmente la normativa de los roles de género puede ser opresiva”.
De cualquier modo, hay que explicar que también se producen casos que los psicólogos denominan “comportamiento de género cruzado» (a veces conocido como «rol de género»), que no tiene nada que ver con la disforia de género, sino como actividades emulativas, de imitación y de experimentación sobre la realidad que percibe. La Sociedad Española de Endocrinología establece que entre el 80 y el 95% de los niños o niñas que manifiestan sentirse del sexo contrario no experimentan la disforia de género cuando llegan a la pubertad.
¿Qué hacer?
Como en casi todo, el amor es la respuesta a muchas de las preguntas. Como padre o madre, esta suele ser la gran respuesta. El programa de Información y Atención a la Transexualidad de la Comunidad de Madrid ofrece tres pilares fundamentales para las familias: aceptar, apoyar y proteger. Las dos primeras, tiene que ver con el menor, la segunda es la respuesta a una sociedad en muchos casos hostil.
De partida, hay que rechazar que la disforia sexual sea una enfermedad, ya que muchos estudios están avanzando sobre cuestiones que tienen que ver con diseño cerebral en el proceso de gestación del feto y las diferencias entre determinas configuraciones cerebrales entre los sexos. No, no es una patología ni un síndrome. Es una realidad.
Las familias deben entender que una autoestima saludable del menor es fundamental para el desarrollo de cualquier niño o niña. En especial, aquellos que tienen que encontrar su propia identidad en un proceso más complejo. Los mensajes negativos que se reciban desde fuera, deben ser contrarrestados con afirmaciones positivas en el entorno familiar, de amistades, escolares, etc. que permita al niño o niña evolucionar de manera protegida y segura, tanto en sí mismo como con respecto a su círculo más próximo.
Ayudar a deconstruir con el menor los roles tradicionales, tanto de género como de orientación sexual, que suelen ser maximizados socialmente sin capacidad de ser reputados, es un ejercicio de reflexión que se puede hacer junto al menor para trivializar la realidad impuesta y abrirse hacia modelos más inclusivos y de respeto.
Es importante que el menor vea que hay una clara separación entre los juicios negativos de una parte de la sociedad y el amor que se trasmite desde el entorno familiar. La familia es la principal barrera contra comportamientos hostiles, y esa barrera de aceptación debe ser visible socialmente: hay que expresar en todos los entornos el amor y el respeto al hijo o hija, tal y como se siente, tal y como es, y sin juicios preestablecidos, y buscar aliados en sus entornos habituales, principalmente en el entorno escolar.
Una de las maneras más fáciles es introducir al menor en actividades donde se sienta cómodo o cómoda, sin imponer tareas, actividades extraescolares o su participación en entornos donde no está a gusto ni puede manifestarse tal y como es.
En todo caso, hay que vencer dos sentimientos comunes – y negativos – en estos casos: la vergüenza y la culpa. Sobre el primero, hay que trabajar la autoestima y el sentimiento de ser único; sobre el segundo, explicar que en realidad nadie decide ser cómo es, por lo tanto, no hay responsabilidad ni culpa posible por cuestiones que vienen determinadas por terceros, aunque sea la biología.
Todo ello no evita que en muchos casos se produzcan situaciones que requieren de ayuda externa. Es importante verse acompañado y atendido por expertas profesionales que puedan atajar situaciones muy comunes como la depresión, el estrés o la ansiedad de estos menores, que tiene que afrontar retos complejos en su evolución hacia su adolescencia, cuando allí se le abrirán nuevos caminos con el desarrollo plena de su sexualidad. Además del menor, la familia también puede verse sometida a vaivenes emocionales que necesiten la ayuda de un profesional en psicología.
Pero también es importante buscar apoyos en entidades y colectivos que tienen más experiencias, donde se puede compartir inquietudes con personas que están o han pasado por situaciones similares.
La normalidad no es un cajón cerrado, sino un gran espacio abierto donde todo el mundo cabe y nadie es juzgado por ser quién es. Ese el reto personal y social. Normal no es lo establecido, sino lo que aceptamos.