Nuestros peques no tendrán que llevar mascarilla en espacios abiertos y, por primera vez en casi dos años, no tendrán por qué llevarlas en su espacio de ocio en los patios escolares. Una decisión que, sin duda, tiene mucho más calado del que se le otorgado puesto que dos años con mascarillas para los más pequeños, ha tenido un claro impacto que, con el tiempo, iremos sopesando.

El dicho popular afirma que “la cara es el reflejo del alma”. Exagerado o no, sin duda el contacto visual cara a cara, sin tapujos ni obstáculos, tiene un elemento fundamental en la generación de las referencias sociales, en la interacción con el otro y como elemento básico en los procesos de aprendizaje, en lo intelectual como en lo emocional. Ocultar parte de nuestro rostro a los menores, afecta sin duda a la generación de mecanismos de empatía, a la construcción de un modelo social de asimilación e interpretación de las emociones y, por lo tanto, al neurodesarrollo de nuestros niños y niñas.

No, no se trata de juzgar medidas motivadas por las excepcionales circunstancias que ha generado la primera pandemia mundial del siglo XXI. Sino de entender cuáles son sus impactos entre nuestros hijos e hijas y actuar en consecuencia.

Por ello, la decisión de eliminar la obligatoriedad de la mascarilla entre los menores debe considerarse un hito importante que no pase desapercibido, del que todos debemos estar atentos.

Para los más pequeños, cuya gran parte de la vida ha transcurrido con una mascarilla ocultando parte de su rostro ha supuesto que su modelo de relación social sea diferente a la de los más mayores. Ocultar el rostro impacta en la parte emocional y en la capacidad de interactuar con otras personas. Ocultar el rostro incrementa los sentimientos de distancia, por lo tanto, aquellos que son negativos como el miedo, la angustia, o la desconfianza. Todos los expertos en psicología infantil coincidimos que en menores con autismo o síndromes vinculados el impacto de la mascarilla en su desarrollo es mucho mayor. Especialmente, si estas circunstancias de aislamiento social que hemos vivido ha conllevado a unos diagnósticos más tardíos.

Hay otros ejemplos de impacto negativo por el uso, durante estos dos años, de la mascarilla. Uno de ellos, y que está más contrastado entre los especialistas, es la dificultad en el proceso del habla. Ver la boca del interlocutor, del docente o del padre o madre, permite al menor adquirir modelos a la hora de producir determinados sonidos. Este modelo vocal se pierde con la mascarilla y, en consecuencia, se genera retrasos en el proceso natural del habla de nuestros niños. No se trata de alarmar, ni ser alarmistas, sino de comprender que los mecanismos de aprendizaje que todos hemos utilizado, en estos niños ha sido alterado. Así ocurre con la calidad de determinados sonidos que, en pleno aprendizaje, han percibido nuestros niños y niñas. La mascarilla camufla muchos de ellos y los hacen más difíciles de percibir y por lo tanto de repetir, especialmente, nuestros fonemas más agudos.

Por lo tanto, la liberación de la mascarilla para nuestros menores, en estos tiempos de vacunación masiva, es una buena noticia para el desarrollo de nuestros hijos e hijas. Debemos, entre todos, ser capaces de compaginar las medidas razonables de protección contra la Covid-19 con las normalización de una convivencia lo más natural posible, estar alertas y atentos a determinados comportamientos o dificultades de nuestros peques, ser pacientes porque en muchos casos tendrán la capacidad de superarlas, pero advertir cuando ello no sea posible para ayudarles a que la Covid-19, sólo sea un virus, y no un condicionante más que termine afectando a nuestros rostro, como espejo de nuestra alma de seres sociales que somos, tengamos la edad que tengamos.

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