Estamos ante un clásico que se reedita y con más fuerza cuando llega el verano y nuestros niños y niñas, sufren momentos de aburrimiento. Una amenaza en forma de tormenta que sobrevuela la paz doméstica precisamente, cuando más tiempo libre hay, más posibilidades de utilizarlo en lo que más nos apetece y cuando menos obligaciones nos aprisionan. ¿Qué ocurre que nos llega el aburrimiento como maldición veraniega? Sin duda alguna, y muchas veces sin darnos cuenta ni ser conscientes, nuestros pequeños ya son víctimas de la poliactividad a la que le sometemos a lo largo del curso escolar, donde al tiempo lectivo reglado se le suman – muchas veces como alternativa a la conciliación laboral de los padres y madres – una intensísima agenda de actividades extraescolares. El resultado, 10 meses después es la falta de capacidad de gestión del tiempo libre. Y, por consiguiente, el temido aburrimiento.
Temido porque se producen dos fenómenos diferentes: uno, que afecta a los niños y niñas; dos, el que sufren los madres y padres cuando escuchan el temido “me aburro”.
Pero, ¿aburrirse es malo? Los expertos lo tienen claro, no es ni malo ni bueno, es parte de la vida y del proceso de gestión de uno mismo hacia la realización de uno como persona. Russel, el autor del popular libro ‘Elogio de la pereza ’afirmaba categóricamente aquello de que “una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor”. En realidad, lo que planteaba Russel era una sociedad dispuesta a ganar terreno a la ociosidad, que no necesariamente es no hacer nada, aunque ello no está mal, frente a la sociedad actual inclinada al trabajo, la productividad y la rentabilidad como principios esenciales. El ocio como fuente de inspiración de hacer sociedades y personas más felices, más realizadas, en paz e impulsadas a un progreso colectivo más democrático.
Porque los expertos afirman que del aprendizaje de la gestión del aburrimiento se encuentran caminos, se hallan alternativas y se descubren posibilidades creativas. Ante ello, el error común en muchos casos es la alternativa a la pantalla ante la queja de ‘me aburro’, como este verano estará pasando en muchos trayectos en coche. La utilización de dispositivos electrónicos no es censurable, pero debe ser medida, consensuada y pactada. Porque está comprobado que buscar alternativas al aburrimiento genera entre los menores una habilidad especial en la gestión de sus emociones, incentiva la creatividad y la imaginación. Todo lo contrario que les ocurre a muchos adultos cuando escuchamos este lamento, donde la mayoría de nosotros nos vemos asaltados por el sentimiento de culpabilidad y responsabilidad ante el aburrimiento de nuestros menores.
Todo lo contrario, la responsabilidad adulta es ofrecer alternativas a este temido aburrimiento infantil, pero no las soluciones definitivas. Que sea el niño o la niña quien encuentre el camino.
Así pues, contra el aburrimiento infantil y contra la sensación de culpabilidad del adulto, establecemos aquí una serie de pautas de actuación, sino para seguirlas, sí para reflexionar sobre ellas:
- El aburrimiento no es malo, es un «impass» entre una actividad y otra. El inicio de encontrar el camino a algo durante un tiempo futuro.
- Debemos empatizar con el sentimiento de empatía, sin despreciar, intentado explicar a nuestros menores las opciones que tiene.
- En casa, son mil las opciones no vinculadas a las pantallas y dispositivos electrónicos que se pueden realizar, es cierto que algunas con ayuda del adulto, y otras vinculadas a los diferentes juegos, juguetes o, simplemente con pinturas y papel.
- En el exterior, se puede jugar a explorar (todo en ellos es exploración), a observar la naturaleza, coleccionar, dibujar aspectos que les llame la atención, además de las diferentes actividades físicas.
- Motivar a la creatividad. A algunas edades, sólo una tijera, una caja de cartón, pinturas o elementos parecidos puede suponer un pasatiempo creativo indefinido.
- La lectura es una alternativa básica en nuestra propuesta de actividades. La visita a una librería o biblioteca en sí ya es una actividad. Disponer de libros, adaptados a sus edades, puede – aunque sea a fuerza de aburrimiento – hallarse entre los descubrimientos tras este interesante sentimiento.
- También debemos pensar, y trasladar a nuestros menores, que no hacer nada, como contemplar un paisaje, tumbarse a la sombra sobre la hierba fresca, mirar las olas o la quietud de una calle veraniega, también puede ser durante un rato, la delicia de no hacer nada.