Dos elementos han sido determinantes para que la sociedad y las Administraciones públicas tomen conciencia de la denominada epidemia silenciosa, la gran epidemia que afecta con fuerza a la población más joven: el suicidio.
De una parte, el incremento estadístico en los registros de autolesiones entre la población menor de 29 años y, sobre todo, por el aumento del número de casos de suicidios, con especial impacto entre la población de 14 a 26 años. Esta situación, que ha eclosionado tras la situación de pandemia por la covid-19 y el periodo de confinamiento, ha generado una respuesta social puesto que el tema de salud mental ha trascendido más allá del tradicional tabú social hasta llegar al debate político y social en los medios de comunicación. Falta hacía.
En este nuevo y positivo clima, la Administración central como las comunidades autónomas han ido desarrollando estrategias específicas para abordar esta cuestión, que ha tenido también un reflejo importante en las decisiones de la Unión Europea, que a través de la Comisión Europea ha liberado este año 1.200 millones de euros para hacer frente a Planes en materia de Salud con 20 acciones diferentes, alguna de ellas específicas a atender las cuestiones que afectan a la infancia y la adolescencia. El Ministerio de Sanidad ha habilitado un número de teléfono gratuito – el 024 https://www.sanidad.gob.es/linea024/home.htm – para atender a aquellas personas que sientan impulsos suicidas, a sus familiares o allegados. Un servicio atendido por profesionales de la psicología y psiquiatría que atienda 24 horas los 365 días del año.
Atajar y detectar a tiempo el riesgo de suicidio es una responsabilidad colectiva, especialmente cuanto afecta a la población más joven que tiene menos recursos para hacerles frente. Los adolescentes son especialmente vulnerables, puesto que se encuentran en un momento vital donde son más sensibles emocionalmente, al mismo tiempo que son personas que minimizan las situaciones de riesgos y sus consecuencias.
Los chicos y chicas adolescentes son más hipersensibles al medio social, más influenciables y con menos herramientas como consecuencia de su proceso madurativo para responder a situaciones adversas y para adaptarse a realidades sociales muy exigentes, con arquetipos muy cerrados y modelos encorsetados con carácter excluyente.
No obstante, en el caso de los más jóvenes, las causas que llevan al suicidio son múltiples y diversas. Sin duda, más allá del entorno familiar, es en el ámbito escolar donde es más fácil detectar determinados comportamientos o reacciones que pueden despertar las alarmas ante un eventual riesgo de suicidio.
Los síntomas más habituales son la tristeza generalizada, la baja autoestima, la fácil irritabilidad, las adicciones, los trastornos alimenticios, el cansancio y la apatía, un descenso en el rendimiento escolar, etc… La Plataforma Nacional para el Estudio y la Prevención del Suicidio (https://www.plataformanacionalsuicidio.es) dispone entre sus materiales del Libro Blanco ‘Depresión y Suicidio 2020. Documento Estratégico para la Promoción de la Salud Mental’ que recoge desde una múltiple perspectiva esta realidad. En muchos casos, estos chicos y chicas verbalizan su hastío vital, la sensación de inutilidad de su vida, incluso, su deseo de dejarla. Señalas que deben ser tenidas en cuenta y analizadas en el contexto para determinar el nivel de riesgo real que manifiestan.
El Libro Blanco de la Plataforma abunda en alguno de los motivos que pueden servirnos de pistas para su detección temprana. Se trata de jóvenes que se sienten solos, excluidos socialmente, que sufren algún tipo de estigmatización por identidad, manifiestan una constante sensación de fracaso a nivel social, cultural, educativo fruto de sus propias expectativas, lo que los lleva a una gran sensación de desesperanza y baja autoestima. En otros casos, hay que tener en cuenta el consumo de drogas, el diagnóstico de algunas patologías mentales o antecedentes familiares.
Estas señales, además de en casa, son fácilmente percibidas en el ámbito escolar, lo que permite articular el protocolo de prevención que las autoridades sanitarias desarrollan en el entorno médico, sanitario, psicológico y social.
En todo caso, el adolescente debe sentir que es escuchado, que sus problemas no son ridiculizados ni minimizados, sino que dispone de apoyo externo, familiar o de allegados para hacer frente a la realidad o realidades que le generan esas sensaciones de vacío. No se trata de establecer comparaciones con otras realidades ni con otras personas, se trata de acompañar al menor en su proceso de auto identidad, de reconocimiento de su potencial y de generar un clima de relativización de los clichés sociales, que subyugan y someten a la uniformidad a todos, adolescentes y no adolescentes. El diálogo sincero, no recriminatorio, es esencial para que no sienta que es juzgado de nuevo por su sentimiento. No se trata de que los padres y madres se conviertan en el mejor amigo de su hijo, sino de lograr que se sientan apoyados, defendidos y protegidos, al tiempo que ayudados a superar las dificultades del camino cotidiano de la vida.
Sin duda, en cualquier caso, siempre es recomendable acudir a alguno de los recursos de expertos y profesionales disponibles, atender con criterios sanitarios adecuados y prevenir con anticipación realidades que, en muchos casos, nos negamos a ver.