El profesor de Lengua Castellana y Literatura de un instituto canario, Albano de Alonso, nos recordó en un artículo publicado en El País aquello que decía Ignacio Calderón y Paula Verde: “El destino de los niños y niñas no debería depender de la suerte; el respeto a sus derechos humanos no puede ser opcional o arbitrario”. Y el mismo De Alonso concluía: “porque sin ese giro del destino, sin ese respeto, no hay inclusión. Y, si no hay inclusión, no hay educación: lo que hay es otra cosa”.
En cierta medida es lo que padres y madres y muchos profesionales de la docencia y de la psicología infantil sentimos a diario. Especialmente cuando abordamos este tema con respecto a las necesidades de los niños y niñas con diagnóstico de Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) u otros vinculados. La educación inclusiva es una necesidad para preparar a los niños y niñas a vivir con la realidad diferente de una sociedad en la que todos cabemos y donde todos tenemos el derecho a participar, indistintamente de las circunstancias y características de cada uno de nosotros. Construir entornos uniformes en una sociedad heterogénea es hacer un flaco favor a todos, puesto que preparamos a los niños y niñas con diagnóstico o sin él a una realidad que no existe. El mundo es diverso, complejo, pero gratificante cuando es inclusivo.
No obstante, las realidades del menor con TDAH no son atendidas en muchas ocasiones en el sistema educativo. No se trata de sobrecargar con mayores responsabilidades a los docentes, sino de atender de manera integral lo que necesita el sistema y cada uno de los agentes que allí intervienen, con especial cuidado y mimo al profesorado. Primero, como hemos dicho por la salud de la sociedad, pero sobre todo por el bienestar de estos niños y niñas y su derecho a lograr su pleno desarrollo personal.
Son muchos los expertos que concluyen que estos menores mejoran su desarrollo educativo, sus habilidades socio-afectivas y su capacidad de relación social cuando participan de ambientes normalizados. Es cierto que el sistema dispone de pocas herramientas para atender a aquellos menores a quienes se les atribuye comportamientos graves a la convivencia o dificultades en el ritmo de aprendizaje normalizado. Pero es fundamental evitar la exclusión y la salida del sistema ordinario de estos niños, porque la respuesta tipo de algunos centros escolares, públicos y privados, de enviarles a casa se puede transformar a corto plazo en una sentencia hacia la exclusión social de los niños y niñas con TDAH. La inclusión, como dicen muchos estudios, es básica para la prevención y el tratamiento de problemas de salud mental. En el caso de menores con TDAH, más si cabe.
¿Qué podemos hacer para atender a estos niños? Primero, entender que su presencia es también parte del aprendizaje del resto de compañeros en su entorno, que adquieren como experiencia vital la certeza de que no todos somos iguales y que la sociedad del presente es una miscelánea de personas, razas, creencias, etnias y también capacidades. Segundo, establecer un compromiso entre profesionales, familiares y la Administración para atender estos casos. Que no son puntuales, sino una realidad evidente. Las últimas encuestas establecen que – al menos – hay un menor con diagnóstico TDAH en cada aula de los colegios españoles. La colaboración entre la administración pública – que tiene al profesorado como pieza clave en esto – los profesionales de psicología infantil y los padres y madres es determinante hacia el buen éxito del proyecto.
Formación y medios son lo esencial para el profesorado. Porque estos niños y niñas necesitan un contacto más estrecho con el docente, más atención individualizada que les permita adquirir a su ritmo las materias docentes como las pautas de comportamiento con el resto de compañeros. Como propuestas ya planteadas por distintos organismos y colectivos, podríamos considerar que la presencia de un menor diagnosticado contara como el doble a efectos de ratio; que se asignen profesores de pedagogía terapéutica, especializados en TDAH o en trastornos del lenguaje; más la reducción de la ratio general, son elementos esenciales que ayudarían mucho a armonizar para estos menores el sistema educativo. En cualquier caso, es ofrecer una educación bajo el principio de la inclusión, donde todos tengan un espacio propio, se sientan valorados en sus capacidades e integrados en sus comunidades escolares respectivas. Se puede hacer mucho, si lo hacemos juntos. Porque juntos, vamos a vivir.