Las alarmantes cifras de abusos sexuales denunciados cada año en España se elevan a más de 8.000, una cantidad que esconde la cifra real puesto que se estima que sólo entre el 15% y el 20% se materializa en una denuncia. Los datos de las diferentes administraciones también confirman que estos abusos son cometidos en más de un 80% por personas conocidas o del entorno familiar, así como entre adultos de su círculo más próximo. El impacto de este tipo de abuso en la edad infantil y juvenil, y sus profundas secuelas en el proceso de maduración como adulto es muy profundo. Y son muchas las consultas y las dudas, también los miedos, que genera este tipo de circunstancias para muchos padres y madres. Sin caer en la obsesión, sin extender un miedo racional entre los menores, sin generar una alarma innecesaria, y sin cultivar una desconfianza absoluta, bien es cierto que debemos tener en cuenta algunas cuestiones para prevenirlas, vinculadas a la educación sexual de los menores acorde con la edad de ellos, como saber detectar situaciones de riesgo o señales de aviso.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ofrece una definición compartida por toda la comunidad internacional sobre qué es el abuso sexual infantil, que viene recogido el documento del Gobierno Autonómico de Cantabria Valoración de Sospechas de Abuso Sexual editado en 2007, pero que en muchos aspectos sigue estando muy vigente y siendo muy útil para profesionales como para padres y madres. La definición es la siguiente: “Se considera abuso sexual infantil involucrar al niño en actividades sexuales que no llega a comprender totalmente, a las cuales no está en condiciones de dar consentimiento informado, o para las cuales está evolutivamente inmaduro y tampoco puede dar consentimiento, o en actividades sexuales que trasgreden las leyes o las restricciones sociales. El abuso sexual infantil se manifiesta en actividades entre un niño/a y un adulto/a, o entre un niño/a y otro/a que, por su edad o por su desarrollo, se encuentra en posición de responsabilidad, confianza o poder. Estas actividades -cuyo fin es gratificar o satisfacer las necesidades de la otra persona- abarcan, pero no se limitan a: la inducción a que un niño/a se involucre en cualquier tipo de actividad sexual ilegal, la explotación de niños/as a través de la prostitución o de otras formas de prácticas sexuales ilegales y la explotación de niños/as en la producción de materiales y exhibiciones pornográficas”.

En definitiva, se trata de llevar al menor inducido por la confianza o autoridad de un tercero a realizar actos de carácter sexual que no comprenden, que no responde a su nivel evolutivo, que es impropio a su madurez, sin consentimiento puesto que está subyugado a la voluntad de otro para satisfacer exclusivamente las necesidades o deseos de este mismo.

Una de las características de este tipo de abusos es el nivel de ocultación que se produce, donde se mezcla en el menor el sentimiento de miedo, amenaza o coacción a otras emociones más complejas dentro de la inmadurez e incomprensión de la experiencia vivida. En los menores que sufren este tipo de abuso se mezclan sentimientos de vergüenza, culpa, indefensión, estigmatización social, desconfianza, u otras emociones vinculadas a desviar la carga de responsabilidad sobre ellos mismos, donde el principio de víctima se diluye también como consecuencia de la confianza en muchos casos entregada al autor de esos mismos abusos que, como se indica en las estadísticas, suelen ser alguien de su entorno próximo.

Con el tiempo, se genera en las víctimas un sentimiento de abandono puesto que aquellas personas que tenían la obligación sentida de cuidarlas y protegerlas son los responsables de su daño. El sentimiento de sentirse traicionado ante quienes más confianza les generaba tiene efectos psicológicos profundos y severos que se arrastran con el paso del tiempo.

 

Señales y evidencias

Save the Children expone como rasgos para su detección un cuadro donde separa efectos físicos y otros síntomas conductuales. Los efectos físicos específicos tienen que ver con lesiones y marcas dejadas en el cuerpo del menor, mientras que los inespecíficos se manifiestan en dolores diferentes, de cabeza, de tripa, u cualquier otro en circunstancias vinculadas a la situación donde se produjo o se produjeron los abusos.

Los síntomas conductuales son los más comunes, pero también los más difíciles de determinar en cuanto a las causas que lo generan. En muchos de los casos se produce entre los menores una hipersexualización no común a su edad que se manifiesta con comportamientos extremos como la masturbación compulsiva, las lesiones en genitales, conductas sexuales inapropiadas a la edad, introducción del sexo o de juegos sexuales en otras actividades lúdicas, o con prácticas inapropiadas como tocamientos o acercamientos a terceros, generalmente adultos.

Lo más difícil en estos casos es la manifestación del menor, y el reconocimiento de sufrir estas circunstancias de abusos sexuales, puesto que la respuesta de estos menores suele ser el bloqueo y con muchas dificultades el reconocimiento explícito de ser víctimas de abusos sexuales. La razón es básica, aunque compleja, por ello, en muchos de los casos no llegan a entender qué les ha ocurrido ni qué significa.

Para solventar esta situación, la guía del Grupo EMMA del Hospital Vall d’Hebron establece pautas básicas que consisten en acompañar al menor, ofrecer respuesta de protección y seguridad, y garantizar ante todo la credibilidad. Esta misma guía establece una serie de recomendaciones para prevenir y solventar algunas situaciones. Las expertas del grupo EMMA (Unidad contra la Violencia hacia la Infancia y la Adolescencia) considera que es importante definir claramente las partes íntimas de los menores; respetar el derecho a manifestar sus emociones sin tener que forzar besos o abrazos no deseados; ayudarles a los niños y niñas a diferenciar el concepto de secreto, sobre todo los negativos, enseñarles qué impacto y qué daño produce cuando se mantienen. Sin duda, una educación afectiva-sexual acorde con la edad es básica para entender la importancia del contacto físico, el sentido y el valor que ello tiene en cada contexto. Entender su cuerpo, reconocer cada una de sus partes, entender qué sentido tiene, y dónde están los límites es básico para prevenir este tipo de abusos y, en su caso, dar la alarma lo antes posible.

Porque para prevenir, detectar y atender los casos de abusos sexuales es fundamental disponer de canales de comunicación muy abiertos, muy establecidos y de gran confianza. Los menores deben entender desde edades tempranas el concepto de intimidad personal, y ser respetado en todos sus ámbitos, y disponer de información (y control en función de la edad) de las nuevas tecnologías, el acceso a las redes sociales, y a otras herramientas donde los riesgos se multiplican.

Sin duda, como en muchas situaciones más o menos complejas, la comunicación y la confianza suele ser la clave para abordar estas circunstancias, tanto en el aspecto preventivo como de gestión del mismo. Y la participación de profesionales especializados suele ser una buena herramienta a la hora de afrontarlo.

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