Si lo que esperas son todas las claves para entender al adolescente que se encuentra tras la puerta de su habitación y que no ha dado señales desde hace un par de horas desde que salió a asaltar el frigorífico, no te hagas ilusiones. No hay dos jóvenes iguales, no hay dos adolescentes idénticos y, por lo tanto, no hay recetas mágicas para casos concretos como el de tu hija o hijo. Pero no te eches las manos a la cabeza, sí tenemos algunas pistas básicas sobre cómo enfrentarnos a este periodo vital de nuestros menores de 12 a 18 años, el periodo clínico considerado adolescente. La adolescencia es un término que genera temor y dudas a partes iguales, entre los jóvenes y entre sus padres y madres. Pero hay maneras de hacerle frente, a formas de superarlo, y de hacerlo juntos, con ellos, con nuestros adolescentes, convirtiendo esta fase que algunos llaman crítica en un periodo de crecimiento de ambos.

Adolescere es un término en latín que se traduce como ‘crecer’, periodo de tránsito de una etapa a otra que está lleno de cambios y transformaciones. Un momento vital donde se produce la maduración del cerebro, tal y como explican los neurocientíficos. Un claro proceso de crecimiento personal, de maduración, de asentamiento del proceso de reflexión y del pensamiento abstracto, del reconocimiento del físico, de los potenciales y de las limitaciones que cada uno de ellos tienen ante situaciones o cuestiones concretas.  Por lo tanto, la primera idea que debemos tener para hacer frente al misterio de la adolescencia es entender que tiene una parte biológica del crecimiento natural. Unos cambios que, como todos sabemos, viene acompañado de cambios hormonales, un periodo de búsqueda de la propia identidad y todo el ejercicio que eso requiere, tanto en cuanto al conflicto interno del adolescente como en los desequilibrios afectivos que ello comporta.

En este momento de crisis y conflicto, el papel del adulto es fundamental, que podemos resumir en una idea fuerza: nuestros adolescentes deben tener claro que, en este proceso, aunque se aleje, lo importante es que no esté solo ni se sientan solos. Una tarea fundamental – y muy compleja que exige grandes dosis de paciencia – que recae sobre los padres y madres de los adolescentes.

Los expertos, como Javier Urra o Javier Quintero, apuntan a que en cada franja de edad se repiten algunos modelos de comportamiento entre los adolescentes que coinciden. El patrón es iniciar la adolescencia con un comportamiento egocéntrico, que varía hacia la búsqueda de una identidad propia y que se aboca hacia la definición de los rasgos del yo más definitivo de la personalidad de cada uno de ellos.

Todo un periplo que viene acompañado de mucha situación de conflicto – consigo mismo y con la gente que les rodea – y donde intervienen muchos elementos. Y muchos agentes que hoy participan en el adolescente con el que vivimos en sentidos, muchas veces, opuestos.

La adolescencia, que está muy vinculada al proceso de experimentación y exploración, viene acompañada de un paulatino desapego de las figuras maternas y paternas. Aunque debemos entender por qué, porque no es un rechazo per se, sino para dejar lastre y poder volar hacia experiencias propias e independientes. Entre esos agentes que intervienen están no sólo los padres y madres, sino todo el círculo familiar con el que tienen contacto, abuelos, tíos, hermanos, primos, etc. Con ellos, y de gran influencia está el círculo social: los amigos y conocidos de su edad y de su entorno, tanto en el escolar, del barrio, de su actividad deportiva, etc. quienes ejercen una gran presión en ellos, la presión de ser aceptado y reconocido como parte de una comunidad cerrada. Esto, sin duda, es clave para entender algunos comportamientos ‘extraterrestres’ en nuestro adolescente.

Pero hoy en día, no sólo son los amigos quienes interactúan, sino un cúmulo de elementos como las redes sociales, los clichés sociales, las modas, así como los grandes prescriptores de moda y comportamientos que ofrecen las figuras públicas de relevancia. Pero no sólo ellos, hay otros elementos que también pueden tener influencias, claramente negativas, como pueden ser las drogas o el consumo de alcohol.

Este cóctel degenera en muchas situaciones de gran conflicto, en un cruce de expectativas de unos y otros, de anhelos, de exigencias y necesidades entre el adulto y el adolescente que degenera en tensión familiar, extrema en muchos casos. Solventar estas situaciones requiere de dos elementos fundamentales: evitar errores y maximizar aciertos.

En cuanto a los errores más comunes, los expertos detectan aquellos que tienen que ver con los intentos de seducción de los padres a sus hijos, en un intento de alcanzar logros por la vía del premio o la prebendas. En otros casos, muchos padres y madres intentan parecerse a sus hijos en un intento de estar más cerca y de comunicarse mejor. La otra opción, es aplicar el comportamiento del ‘compadeciente’ de su hijo o hija adolescente.  Ninguno de ellos suele funcionar.

Frente a estas opciones erróneas, lo que es necesario es respetar la propia identidad del adolescente, respetar su espacio y sus círculos sociales propios, y mejorar a todos los niveles el grado de comunicación.

Los adolescentes necesitan que sus padres y madres les muestren una clara empatía, donde los progenitores actúen decididamente como ‘moduladores de emociones’, que ejerzan su papel de mediador, que marquen el camino, pero también las normas y las reglas. Porque los adolescentes no necesitan un ambiente ‘democrático’ sino un espacio donde las jerarquías estén claras y las normas – eso sí pactadas y dialogadas – cerradas y de estricto cumplimiento.

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