En un mundo acelerado, basado en la inmediatez y lleno de quehaceres, surge una corriente que aboga por desacelerar y disfrutar más conscientemente la crianza de los hijos: el slow parenting, o crianza sin prisas. Este enfoque fomenta un estilo de vida en el que se prioriza el tiempo de calidad familiar por encima de la cantidad de actividades programadas.

Este modelo se basa en la idea de que los niños deben tener tiempo para explorar, jugar y desarrollarse a su propio ritmo, sin la presión constante de horarios apretados o actividades estructuradas. En resumen, educar con calma. A diferencia de otros estilos de crianza que pueden estar centrados en logros o sobrecarga de actividades extracurriculares, este enfoque busca fomentar la autonomía, el crecimiento emocional y la creatividad de los niños a través de momentos de tranquilidad y libertad.

 

¿Cómo llevarlo a cabo?

Menos, es más: no es necesario programar toda la agenda del menor. En lugar de saturar a los niños con una agenda llena de actividades, el slow parenting aboga por dejarles tiempo para jugar libremente, aburrirse y desarrollar su imaginación. Podemos establecer una agenda equilibrada que empiece por ir al colegio y realizar alguna actividad extraescolar dos días a la semana. El resto de tardes, pueden quedar libres.

Establecer una conexión auténtica: una relación cercana entre padres e hijos basada en la calidad del tiempo compartido es un elemento imprescindible de este tipo de crianza. Los padres deben dedicar tiempo a escuchar, observar y estar presentes, sin distracciones tecnológicas o presiones externas.

Autonomía como eje central: los niños son capaces de explorar y aprender a su propio ritmo. Este enfoque reduce la presión de tener que cumplir con expectativas elevadas y fomenta un crecimiento emocional saludable.

 

Beneficios para el desarrollo infantil

El slow parenting tiene múltiples beneficios para los niños. Uno de los principales es que ayuda a reducir los niveles de estrés. Los niños que crecen sin la presión constante de tener que cumplir con actividades programadas -en medida de lo posible-, se desarrollan más sosegadamente. Además, al darles espacio para pensar y explorar, se fomenta su creatividad y resolución de problemas.

Este modelo también les enseña a gestionar mejor su tiempo, aprendiendo el valor del descanso y la reflexión. Los momentos de tranquilidad son esenciales para que puedan procesar sus emociones y desarrollar habilidades sociales y cognitivas importantes.

El tiempo de calidad es un pilar fundamental del slow parenting. Al no estar constantemente ocupados, los padres e hijos tendrán más oportunidades de conectarse de manera activa, ya sea a través de conversaciones, juegos, o simplemente compartiendo momentos tranquilos. Esta interacción más íntima puede fomentar una comunicación más abierta y crear un entorno donde los niños se sientan seguros y escuchados. A largo plazo, este fortalecimiento de los lazos emocionales puede contribuir a una relación familiar más sólida y positiva.

 

El Valor de Desacelerar

Empezar a educar en base a esta ‘crianza sin prisas’ no solo beneficia a los niños, sino también a los padres reduciendo el estrés asociado con las múltiples actividades y compromisos. La crianza sin prisas nos recuerda que el tiempo que pasamos juntos en actividades simples y cotidianas es incomparable a ninguna otra actividad diaria.

El slow parenting es una invitación a volver a lo básico: disfrutar del presente, cultivar relaciones profundas y permitir que los niños crezcan a su propio ritmo. En un mundo lleno de prisas, es una opción que ofrece equilibrio y bienestar tanto para los padres como para los hijos.

 

 

 

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