Cuando Rosa recibió su diagnóstico, efectivamente era TEA, sintió alivio. La tranquilidad de saber qué era y por qué era de esa forma ‘tan peculiar’ a sus 29 años le dio cierto sosiego y la tranquilidad de tener una respuesta a sus muchas preguntas.

El caso de Rosa es uno de los muchos diagnósticos en adultos que – cada día más – se producen en nuestra sociedad. Porque se estima que una de cada 100 personas podría ser TEA, según los datos que maneja la Confederación de Autistas de España. Pero gran parte de ellos, sobre todo los adultos no diagnosticados en edad temprana, lo son sin saberlo. La Confederación estima que el 35% de las personas con autismo son mayores de 18 años, y un gran porcentaje de ellos lo desconocen. Un síndrome que, al menos en edad adulta, se produce – o se diagnostica – más en hombres que en mujeres.

Y en muchas ocasiones, este desconocimiento genera incertidumbre, desorientación, dificultades para entender el mundo y entenderse a uno mismo. Por eso, se explica una de las reacciones más comunes en aquellos que, o bien de manera voluntaria y buscada, o por casualidad, encuentran un diagnóstico que les aclara muchas cosas. Tantas como aquellas que sufrieron en su etapa de la infancia o de la adolescencia, cuando se vivía la sensación de no encajar, de tener relaciones sociales y personales muy limitadas o, incluso, vivir situaciones de acoso escolar.

Pero también es cierto que hay personas que, cuando se encuentran con su propio diagnóstico TEA les puede generar un profundo duelo como proceso de asimilación de esta realidad. Y hay otros que, en su vida cotidiana, prefieren no saber, aunque algo intuyan de sí mismos.

Los expertos recomiendan conocerse y buscar el diagnóstico adecuado que, con la orientación y acompañamiento adecuado, permitirá al adulto identificar las limitaciones que sufre a diario en su vida privada y social, al tiempo que les facilite entender cuáles son sus fortalezas, que también las tienen.

No obstante, los diagnósticos de TEA en adultos son más complejos. En muchos casos, la persona se ha generado sus propias herramientas para gestionar estas ‘dificultades’ de la vida cotidiana, hasta el punto donde en la mayoría de casos ser TEA no representa ninguna limitación. El adulto, en casos más livianos, es capaz de domesticar su trastorno y esconderlo de terceras personas. Dicho de otro modo, se generan estrategias para enmascarar el TEA, lo que supone serias dificultades para su detección y diagnóstico.

La manera de lograr un diagnóstico certero en edades adultas es recurrir a la evaluación multifactorial, donde es necesario recuperar facetas de la vida social y personal del pasado y conocer la forma de vida actual. Cómo fue la infancia, de qué manera se afrontó la adolescencia, cuáles son sus vínculos emocionales, personales o sociales en la etapa adulto, que aspectos les resulta más complejos, incontrolables, etc. Toda una gama de datos necesarios para permitir a los expertos lograr un diagnóstico certero.

En algunos casos, se ha comprobado que se confirma el diagnóstico después de un autodiagnóstico, especialmente en aquellas personas que son muy conscientes de sus limitaciones. También son comunes los adultos que encuentran su diagnóstico después de vivir el proceso de diagnosticar a su hijo. Hay rasgos en la personalidad que pueden ofrecer pistas a tener en cuenta. Estas son variadas y diferentes, pero hay algunas que se suelen repetir.

Por ejemplo, aquellas vinculadas a la dificultad de interpretar mensajes de terceros, como lo que otros piensan o sienten; sufrir episodios de ansiedad en eventos sociales; dificultades para hacer y consolidar amistades; imposibilidad de regular emociones; mantener una conversación normalizada o manifestar comportamientos muy reiterativos o rutinarios. También se manifiesta cuando el adulto carece de filtro social a la hora de comportarse en público, decir lo que se piensa y no empatizar con terceros, especialmente cuando pueden ser comentarios negativos.

El TEA adulto no tiene por qué sufrir una vida incapacitante, ni limitada. El concepto ‘espectro’ determina las mil formas y grados de autismo. Los diagnósticos en adultos abren un horizonte, pero sobre todo una perspectiva social para aquellos diagnosticados. La sociedad debe ser consciente de que el autismo no se cura, no se elimina con la mayoría de edad, sino que requieren un espacio de comprensión en la sociedad que tiene la obligación de conocer, de entender y de respetar. Concienciación social, inclusión e integración social por unos hombres y mujeres que buscan superar sus dificultades. Ellos dan sus pasos, el resto les debemos acompañar.

 

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