Cada año en España se materializan una media de 500 adopciones, lo que supone 500 casos de nuevas convivencias, de generar nuevos lazos entre menores y adultos, de crear nuevas historias de amor cultivado, y nuevas ocasiones para dudar, pero también para dejarse llevar por los temores y sentir – tanto los adultos como especialmente los menores – un cóctel de emociones complejas de gestionar. Sin duda, la parte más débil es el menor que, indistintamente de su edad, a lo largo de su vida se va a cuestionar muchas cosas que afectarán a su estado emocional, equilibrio personal, a la autoestima, identidad y sentimiento de rechazo y de aceptación.
Sea la que sea la edad de adopción, el menor adoptado siempre siente una sensación de pérdida en algunos momentos de su vida. De hecho, el ser adoptado ya presupone cierta pérdida, en la medida que ha dejado a una familia biológica por otra que no lo es. Un sentimiento que se acrecienta con la edad del niño o niña, especialmente en la etapa preadolescente. Un sentimiento colateral es el de rechazo, en el sentido de que la pérdida se sobreentiende como la consecuencia de un rechazo previo hacia su figura, por las razones que sea, casi siempre desconocidas por el adoptado. Estos dos sentimientos se transforman en ‘duelo’, en un proceso de transición que en función de la personalidad y el entorno se arrastra en el tiempo y que, en cierta medida, requiere de atenciones concretas tanto por parte de los padres adoptantes como, en algunos casos, por profesionales que puedan ayudarles a canalizar esa situación.
Porque lo normal es que se aboque a una situación de dudas sobre la identidad. ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué o quién sería si no…o si sí? En definitiva, una serie de preguntas de difícil respuesta que se traduce en una angustia por encontrar una propia identidad. En algunos casos, especialmente cuando más mayor es el adoptante, esto se puede traducir en problemas de intimidad, es decir, de establecer relaciones de apego con terceros como respuesta de autodefensa ante los sentimientos de duelo, rechazo, dudas de identidad y miedo a revivir situaciones de ante un sentimiento de posible abandono.
La ayuda profesional en estos casos es dual, en el sentido de que se genera una atención psicológica y unas pautas para el menor como para el padre y la madre. Se trata de abordar las cuestiones más complejas con el objetivo final de establecer una vinculación sólida entre todos ellos, una reafirmación de la identidad personal y familiar y una aceptación de la realidad vital de cada una de las partes. Uno de los procesos en este sentido es aceptar la diversidad genética, cultural, racial, etc… y de encontrar las respuestas a cada una de las preguntas o, en caso, las explicaciones a la falta de contestación a las dudas generadas.
Cuando se trata de menores con bagaje vital y memoria hay que abordar determinados comportamientos ambivalentes, especialmente en las separaciones temporales y los reencuentros en el periodo escolar, en una actividad deportiva, en aquellas ocasiones rutinarias donde los padres/madres no están presente. Momentos que suelen generar, reacciones diferentes como la tristeza, enfado, agresión, pero también expresiones desmesuradas de apego y ternura. Todo ello, como una respuesta emocional al temor de una nueva pérdida que requiere tiempo, atención y ayuda concreta por parte de los profesionales.
Sin duda, el amor es parte de la solución, pero no toda. Es necesario abordar las cuestiones que a lo largo del proceso vital vayan surgiendo al menor, atender a sus preguntas, adecuar las respuestas a su edad y maduración y establecer mecanismos de autoestima y reconocimiento, tanto dentro de la unidad familiar como en sus entornos sociales. Generar hábitos, rutinas, normas y condiciones en la relación. Fijar los papeles de cada uno y – sobre todo – establecer un diálogo sincero, un cariño abierto y claro, y un ambiente de seguridad que permita al menor construir su propia identidad, con sus claros y sus oscuros.
El tiempo es un elemento que genera confianza. La estabilidad y la incondicionalidad de la situación asienta las certezas y suele ayudar a la generación de ese necesario vínculo emocional. Que los adultos entiendan el proceso es muy útil, porque les permitirá disponer de mayores herramientas a la hora de ayudar a su hijo e hija adoptado. Como en casi todo, se requiere de paciencia, constancia y ayuda mutua. Como en cualquier familia, como en cualquier relación partenofilial, se trata de caminar juntos en la misma dirección, aunque sea en sendas diferentes.