Cuando la profesora de la Universidad de Yale, Laure Santos, comenzó su curso sobre la felicidad entre el alumnado, además de sobrepasar las previsiones de matriculación que generaron una lista de espera de más de 1.200 chicos y chicas, se propagó la pregunta básica sobre si es posible enseñar a ser feliz a las personas.
La profesora Santos nunca se ha atrevido a contestar directamente a esta pregunta tan fundamental, pero sí está convencida de que hay planteamientos para ayudar a ser más felices y a estar menos estresados. De lo que no tiene dudas esta profesora de la Universidad de Yale es que hay un gran interés y preocupación por la felicidad entre la gente, fruto de que, con el paso del tiempo, a pesar de que se configuran sociedades más justas y de mayor progreso, hay mayores niveles de insatisfacción personal.
Su compañero, el escritor de best-seller y profesor de la Universidad de Harvard, Arthur Brooks, también ha establecido en sus estudios algunos principios básicos para trabajar en la educación y la crianza desde los principios de educar desde la felicidad.
El principio de todo ello, para el profesor Brooks, es entender que la felicidad es contagiosa, y que la influencia positiva sobre los hijos es un primer paso fundamental. En aquellos entornos donde se inyecta felicidad a sus miembros se refuerza ese sentimiento compartido en todas y cada una de las personas que forman el círculo. Sin duda, las emociones positivas se transmiten como las negativas. Por lo tanto, como gesto de responsabilidad es vital que los adultos entiendan cómo procesan los menores todas y cada una de las emociones y actitudes que trasladan los adultos y que reciban mayor dosis de emociones positivas que negativas. Es por ello, que el fenómeno espejo, donde el menor capta el reflejo positivo de sus adultos, resulta muy beneficioso para el equilibrio emocional de los hijos.
Pero no se trata de construir una ficción, un escenario de cartón piedra irreal, edulcorado y falsamente amable, sino de ayudar a los menores a la gestión de las emociones y a saber que, entre todas ellas, son más positivas las que trasladan sentimientos positivos. En este sentido, Brooks apunta a la necesidad de hacer entender que las emociones negativas son parte de la vida, del día a día, lo que nos obliga a normalizarlas, y racionalizarlas desde la perspectiva de que éstas, además de normales, siempre son temporales. Ante la situación de tristeza, enfado, ansiedad, frustración, etc. de cualquier niño la respuesta está en comprender las causas, no en intentar solventar y transmutar ese sentimiento de manera exprés.
En un clima positivo y, seguros del valor de sus emociones, tanto las positivas como las negativas, los niñas y niñas tienen mucho camino recorrido para encontrarse en un entorno emocionalmente saludable. El último paso es lograr la confianza suficiente para que tenga recursos con que afrontar el futuro, sin generarle miedo o desconfianza ante los retos sociales y personales propios de este mundo. Cuando los menores reciben mensajes continuos sobre la inseguridad, el peligro y los grandes riesgos que existen en el mundo se genera adultos con mayores problemas de estabilidad emocional y una salud mental más débil. La tarea responsable de los padres y madres es ofrecer toda la información posible, todas las herramientas con que gestionar las dificultades, sin ahondar en las amenazas ni en los miedos, sino el sinfín de recursos y ayudas para salir airoso de todas ellas.
Debemos estar atento a las señales de nuestros niños y niñas, ser receptivos a sus estados de ánimo, y tratar de dar herramientas a sus necesidades emocionales. El clima de su entorno, la comprensión de las emociones y la confianza en el mundo que le rodea son las piezas de este engranaje. Pero, además, debemos entender de qué se alimentan emocionalmente nuestros peques. Su dieta básica es el cariño, la protección, el amor, y sobre todo la posesión de experiencias compartidas con aquellas personas con quien tiene vínculos afectivos. Más que cosas, los pequeños necesitan experiencias, emociones positivas, de refuerzo y constructivas. Igual que los adultos, la verdad. Enseñémosles bien, aprendamos mejor nosotros mismos.