A estas alturas del desarrollo social y de la evolución de los estudios psicológicos está claro que las vinculaciones entre madre e hijo no son automáticas, no se generan por relación sanguínea o por cualquier otra relación genética o biológica. Son fruto de la intensidad de la relación, del contacto diario, del afecto ofrecido y recibido y de una serie de rutinas vinculadas a las emociones que no son fruto de una vinculación biológica, sino de una relación emocional. La vinculación madre-hijo/a es fruto de una intensa labor que requiere de mucho trabajo, mucho tiempo y de respuestas positivas. Porque el vínculo de apego puede generarse de muchos tipos, de tal manera que influya en la evolución psicológica del niño y de la relación futura entre ambos, por eso el reto es lograr un apego de tal fuerza que genere una relación de seguridad, estabilidad y confianza en el menor de modo que perdure a lo largo de toda su vida.

Esta vinculación, en el caso de la madre, se comienza a generar en la gestación, en la relación que la madre establece con el niño o niña que lleva dentro. Es una vinculación sentimental que tiene un reflejo químico en el organismo físico que ambos comparten. En el inicio está todo, aunque no es suficiente, y la formación de una vinculación profunda requiere de tiempo y gestos, muchos gestos de amor incondicional por parte de la madre desde que nace el bebé.

Entender esta realidad es lo que genera la conciencia de que los apegos maternofiliales deben ser estructuras generadas, que se producen en corto plazo al poco de nacer, pero cuando la relación con la madre es estrecha e intensa a lo largo del tiempo.  Si tenemos en cuenta que la vinculación madre e hija no se genera solo, el paso siguiente es entender que hay que construirlas a lo largo del tiempo.

Por lo tanto, desde que nace el niño se comienza a construir ese apego a base de sentimientos positivos. Las emociones, estructura básica del vínculo de apego, no se verbalizan ni se explican, sino que deben ser sentidas. Si no se sienten no existen, y si no existen la vinculación entre madre e hijo o no se genera de manera sólida o carece de fortaleza suficiente para ser útil para su desarrollo emocional a largo plazo terminará manifestándose de diferentes formas en su proceso de crecimiento como en su etapa adulta. Dicho de otro modo, los hijos no necesitan saber que se les quiere, sino sentirse queridos.

Por ello no es suficiente expresar amor, sino que se debe transmitir a través de los constantes gestos y expresiones como besos, caricias, abrazos, etc…. ante las situaciones cotidianas que generen la necesidad de sentirse protegidos como el miedo, la tristeza, la ira, … y otras el desconcierto, o la incertidumbre ante situaciones nuevas. En todo caso, ante estas realidades, lo que busca es la seguridad de sentirse protegido por su vinculación emocional a la madre, un referente, un refugio donde hallar esa seguridad emocional tan básica, y fundamental en las etapas tempranas.

Seguridad y confianza entre madre e hijo es el hilo que genera el apego saludable. Es elemental que el niño sienta que está protegido, que tiene asegurado sus necesidades básicas, físicas y emocionales. Así, confiando en que tiene refugio emocional y vital asegurado, el desarrollo emocional del bebé será más estable y sólido en la etapa temprana y tendrá mejor base para gestionar a lo largo de su proceso de maduración sentimientos como la frustración, la ira, el miedo, la soledad, etc…

Esta base de seguridad se genera porque aprendemos rápidamente a interpretar las señales de nuestro hijo desde el minuto cero, cuando llora, cuando hace un gesto, etc… siempre respondiendo a sus peticiones, incluso cuando no son capaces de hablar ni de expresar sus deseos. La satisfacción en sus peticiones es lo que cimienta el clima de seguridad. Sostenerlo en el tiempo, entender que sus necesidades serán cubiertas hoy y mañana, sean las circunstancias que sean, es la mejor señal de confianza que se puede transmitir al bebé o al niño cuando va creciendo.

En edades tempranas, el bebé necesita un fuerte contacto físico que genere el vínculo de apego. Jugar, reír, compartir, abrazar, sentir el tacto de piel con piel,  etc… son necesidades que fortalecen esa relación especial entre madre e hijo. Cuando va creciendo necesitan compartir con la madre su tiempo, sus juegos, sus ilusiones, como también sus miedos, sus frustraciones, sus sentimientos de tristeza, etc… La vinculación madre-hijo es todo un camino, que debe ser de encuentro, donde las palabas son importantes, pero donde los gestos dicen mucho más.

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