Son muchas las circunstancias, condiciones y elementos que inciden en determinados grupos de población sobre los que se genera los denominados Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA), especialmente entre adolescentes y mujeres jóvenes.

Qué son, qué tipos son los más comunes, cómo se manifiestan y cómo ayudar a su prevención y tratamiento es esencial para actuar entre estos grupos de población. En este post ofrecemos las claves de esta realidad que afecta, según cifras oficiales, a algo más del 5% de la población femenina de entre 12 y 21 años.

Es en el entorno familiar donde se debe producir la primera barrera de contención y de atención temprana contra los TCA de los miembros más jóvenes. Padres y madres deben actuar como ejemplo de vida saludable, ejercicio físico regular y alimentación equilibrada. En conjunto, los TCA tienen que ver con una construcción de la autoestima adecuada, que no esté sometida a arquetipos sociales o a exigencias del entorno. La salud no debe ser una obsesión por la figura, la imagen exterior, el peso o la forma física, sino que responde a otros elementos más profundos e importante, vinculados al bienestar y no al cumplimiento de un canon social de belleza.   La relación con la comida debe ser desde de la seguridad de que se trata de un elemento esencial para el crecimiento, el desarrollo como persona y el bienestar, además del componente social, cultural y de convivencia – tanto cuando se cocina en familia como cuando se come- puesto que este ejercicio colectivo y conjunto se ha mostrado muy saludable a la hora de combatir comportamientos nocivos vinculados a la comida.

Los actuales cánones de belleza, la exposición extrema que generan las redes sociales, y la exigencia de un mundo cortado a patrón exige modelos imposibles a nuestros chicos y chicas, en muchos casos, sin la madurez suficiente para hacerles frente. El cambio de determinados valores vinculados a la imagen y a la apariencia, no contrarrestados en otros entornos como el familiar o social, supone una senda clara hacia los TCA.

¿Son todos los TCA iguales?

Los trastornos de conducta alimentaria no son iguales en sus manifestaciones, y pueden afectar por igual a hombre y mujeres. Los más comunes son la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa, el trastorno por atracó, el trastorno restrictivo de ingesta alimentaria y la vigorexia.

La anorexia nerviosa se manifiesta con miedo a incrementar el peso, donde la báscula se convierte en pesadilla. Esto supone una pérdida de peso severa o, cuando son menores, a una ralentización del crecimiento del menor. Los comentarios sobre un hipotético sobrepeso no real son señales de alarma a tener en cuenta en estos casos.

La bulimia nerviosa se genera como un trastorno por atracón con ansiedad. Una gran ingesta de alimentos en un corto tiempo, seguido de comportamientos para evitar el incremento de peso, tales como forzar el vómito, utilizar purgantes, laxantes o episodios de ejercicio físico excesivo.

El trastorno por restricción de ingesta de alimentos no se vincula a motivaciones de imagen personal, peso, o cualquier otro vinculado al estado físico. En este caso se trata de un miedo irrefrenable, casi una sensación de asco, con una gran cantidad de alimentos diferentes, tanto por su aspecto, olor o sabor. Esta limitación de las comidas genera una pérdida grave de peso, de masa muscular, y un crecimiento – cuando se trata de menores – minorado y dispar con la edad del niño o niña.

El trastorno por atracón tiene un componente de similitud con la bulimia, es decir, el paciente comer grandes cantidades de comida sin ningún control, generalmente a mucha velocidad y un corto periodo de tiempo. Sin embargo, difiere con la bulimia en que no se recorre a acciones compensatorias para reducir peso, sino que se traslada a sentimientos negativos como la culpa, la vergüenza y los remordimientos por hábitos que generan sobrepeso, perjudica a la imagen personal y al estado de salud físico y psicológico.

Por último, la vigorexia es un trastorno en el que la persona se obsesiona por su estado físico, sobre todo, en lo referente a la ganancia de masa muscular. Al contrario que otros casos, la vigorexia es más común entre hombres que entre mujeres y se caracteriza por la práctica de entrenamientos con pesas de forma obsesiva, así como en una preocupación considerable por la dieta, centrada en aumentar la masa muscular. En algunos casos, las personas afectadas consumen sustancias (hormonas o esteroides) para lograr su objetivo.

Pedir ayuda

Cuando un padre o madre se alerta de rutinas en sus hijos que inducen a posibles trastornos alimenticios, lo imperioso es tratar de abrir un canal de comunicación sincero, positivo y no recriminatorio sobre lo que le está pasando. Es importante expresar el valor de las personas en función de lo que son, no de lo parecen, y no emitir juicios despectivos por el aspecto de terceros, puesto que el ejemplo se ejerce en negativo sobre ellos mismos.

No obstante, es cierto que no es fácil detectar estos trastornos, puesto que se camuflan en las sociedades actuales donde padres e hijos tienen agendas diferentes. Es por ello, que todo espacio compartido con los menores – el desayuno, la comida o cena, cualquier actividad deportiva o recreativa – permite anticiparse a estos problemas.

Una vez detectado es importante recurrir a profesionales en un doble sentido. De una parte, la medicina general debe acometer las carencias que una pérdida de peso o una negligente alimentación en los cuerpos de los más jóvenes. Por otra, recurrir a un profesional de la psicología infantil-juvenil es esencial. Hay que descubrir el origen, atajarlo y ofrecer al menor herramientas de autocontrol, de superación de los clichés sociales y de aceptación de las múltiples realidades físicas que presentan las personas.

Por lo general es necesario un tratamiento psicológico que permita a las personas racionalizar lo que ellos mismos perciben y la realidad, la generación de rutinas positivas y equilibrar la escala de valores para acomodarse a una relación más normalizada entre ellos con la comida y con su físico. En algunos casos, se requiere la prescripción de fármacos contra estados de ansiedad o depresión y, en general, la ayuda de un nutricionista que acompañe al menor con un trastorno alimenticio a una relación con la comida más normalizada.

El tratamiento tiene efectos positivos en la gran mayoría de casos. No obstante, la prevención es el mejor remedio para evitar cuestiones más graves.

 

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