En las latitudes mediterráneas, el beso ha sido parte de una norma social muy extendida, parte de la rutina de las buenas normas de urbanidad, educación y respeto al otro indistintamente del nivel de intimidad de los interlocutores. A tales extremos que negar un beso en un encuentro convencional, en un saludo cortés (tradicionalmente entre personas de distintos sexos) era entendido como una falta de educación reseñable. De ahí, que entre las normas de educación fuera extendida la inclinación de padres y madres a forzar a los menores a dar y recibir besos, incluso, cuando generaba rechazo u oposición del menor.

La razón es muy sencilla, el concepto de norma social en la infancia temprana no existe, y el beso entre niños y niñas de corta edad es una manifestación de amor, de cariño, no de educación, concepto que no se entiende hasta la llegada de la infancia y el paso del tiempo, cuando se adquieren e interiorizan con convencionalismos sociales de su entorno.

En la actualidad, todos los expertos entienden que forzar el contacto físico de un menor con otra persona en forma de beso o abrazo es un error. Primero, porque limita la capacidad del niño o la niña a expresar voluntariamente sus afectos, éste pierde el control de su cuerpo y lo predispone a futuros contactos con desconocidos. De ahí que, en algunos casos, se hable de una mayor propensión a sufrir abusos entre menores que han sido educados en el contacto forzado al beso ante desconocidos.

Más allá de situaciones extremas, lo cierto es que los mensajes que se transmiten al menor cuando le obligamos a dar un beso a un familiar sin mucho contacto, a un amigo, o a un conocido tiene que ver la confusión que le generamos entre los cariños sinceros y los afectos forzados. Este clima de contacto físico no sentido, y muchas veces no consentido pero obligado por la norma social, puede confundir a los pequeños.

Lo recomendable, y ahí coincidimos los expertos, es preguntar a nuestros niños o niñas cómo desean saludar y ser saludados. No es lo mismo encontrarse con el abuelo al que les une un lazo afectivo real, que a un familiar con que el que no tiene vinculación ninguna. Para los pequeños los lazos sanguíneos no tienen validez. La educación en el encuentro con terceros tiene que ir ajena a estos atávicos convencionalismos mediterráneos, donde ser cortés no está vinculado a manifestaciones concretas de contacto físico.

Estas situaciones son especialmente complicadas con aquellos niños o niñas con Trastorno de Espectro Autista, que suele presentar mayores dificultades en el contacto físico, pero que en ningún caso se trata de niños con una incapacidad al cariño, ni al encuentro, ni a establecer contactos o relaciones de afecto con otras personas. Todo lo contrario, en su entorno son personas con mucho apego, extremadamente sensibles y muy cercanas a sus familiares directos. En estos casos, el convencionalismo social de besar o abrazar es más complejo, y se justifica aún más la necesidad de no forzar las expresiones de cariño.

En todos los casos, lo más prudente es trasladar la idea a todos los menores sobre la capacidad que tienen para decidir por sí mismos, que ellos establezcan su propio espacio vital e íntimo, que decidan cómo y con quién ser más próximos y, además, tener la capacidad de respetar los límites que el resto impongan. Los cariños deben ser elegidos, no impuestos. 

 

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