El mundo impersonal, frío, competitivo, a veces cruel, que se nos presenta cotidianamente también tiene una contraparte que busca equilibrar estas tendencias más severas de la postmodernidad y del entorno donde todo es un mercado con otras formas de ver y entender la vida. A la visión más clásica – deshumanamente clásica – se antepone con éxito a modelos diferentes que hacen zozobrar realidades hasta ahora innegables. Una de ellas, que tiene muchas vertientes, usos y aplicaciones en ámbitos muy diferentes es la educación emocional.
Cualquiera podría decir que este binomio es indisociable. Es decir, o se educa desde la emoción o no es posible educar de manera efectiva. Esta constatación cobra fuerza con el tiempo y termina de imponerse de manera generalizada, también en el mundo educativo reglado. ¿Por qué es importante la educación emocional? Fundamentalmente, porque el objetivo de cualquier modelo de educación es lograr el pleno desarrollo de la persona con la meta última de lograr prepararla para la vida, generar la máxima autonomía posible y aumentar el bienestar social y personal del individuo. Todo ello, en apariencia sencillo, es imposible de lograr sin un desarrollo de las competencias emocionales. Gestionar las propias emociones y las emociones de terceros es esencial para lograr un posicionamiento real en el mundo, establecer las relaciones humanas necesarias para el desarrollo íntegro como persona y como miembro de un colectivo y, en consecuencia, lograr así un estado de armonía con uno y con los otros en su máximo grado de desarrollo. Se impone, por lo tanto, junto al concepto educación emocional otros como inteligencia emocional y empatía.
En el caso contrario, se generan individuos – y en su extensión sociedades – incapaces de hacer frente al estrés, la ansiedad, la depresión, la violencia, la frustración, etc. Y, por lo tanto, sometidos a la desdicha y a la insatisfacción vital.
Afortunadamente, la educación emocional ya está introducida en mayor o menor grado en el ámbito educativo. No sólo se trata de crear habilidades técnicas o intelectuales, sino también emocionales y sociales, hoy en día, consideradas básicas para el desarrollo de la persona en los distintos ámbitos, incluido el laboral.
Educación Emocional y TDAH
Si cabe, esta formación sobre sentimientos y emociones, de apertura sincera, de entender qué y por qué nos pasan esas cosas en lo profundo permite a la persona entenderse y entender al otro, hecho que tiene una importancia supina cuando se trata de menores con diagnóstico de TDAH.
En estos niños y niñas se suele presentar un claro cuadro de incapacidad para el control de las emociones. Además de los problemas de atención, la dificultad de identificar las señales necesarias para entender las interacciones sociales y las reglas que las regulan. Este cóctel genera un vacío entorno al menor con TDAH, cuyas respuestas no ajustadas, su falta de control de los impulsos, junto al nulo control de las emociones hace que a su alrededor se genere desconfianza, desconcierto y muchas veces rechazo. Sin duda, generado por una clara incomprensión de su realidad cotidiana, su falta de control psicomotriz, falta de inhibición, la brusquedad de algunos gestos, la percepción de que son brutos e incluso agresivos, sometidos a un carrusel de emociones extremas, sin filtro, sin control alguno.
¿Qué ofrece la educación emocional?
Lo primero, situar lo inherente al ser humano – la emociones – en el centro de la labor pedagógica, por encima de cualquier conocimiento teórico o práctico exógeno a la persona. Desde luego, hay un paso esencial como es el de identificar las emociones, su evolución y su impacto en el estado de ánimo de quien lo sufre como de quien convive con estas personas.
Posteriormente, se debe abordar dos ramas diferentes de un mismo problema. De una parte, mejorar las habilidades sociales, bajo el respeto, el conocimiento de sus causas y de los límites asumibles socialmente. De la otra, aplicar técnicas de resolución de problemas, ofrecer alternativas adecuadas a sus conductas inadecuadas y para la gestión de las emociones, así como evitar el autoconcepto negativo de determinados estados de ánimo.
Una educación emocional, cuando se aplica a menores con TDAH tiene en consideración que la impulsividad de emociones en estos niños es mayor, tanto en su forma negativa como positiva. Es el caso de las emociones negativas, son las que se peor se perdonan en sociedad y, por lo tanto, en las que urge ofrecer herramientas de autocontrol al diagnosticado con TDAH. Esta realidad, en algunos casos alimenta en ellos el estado de alerta y el nerviosismo en el ámbito social.
Una terapia conductual acorde ayudar a estos niños y niñas a jerarquizar las emociones, adecuarla a la situación que está viviendo y, por lo tanto, a lograr la calma, el control y la tranquilidad de abordar una situación que puede devenir en explosión emocional. En algunos casos, reconocer las emociones y preponderar las positivas sobre las negativas ayuda al control de la situación. Este proceso, que puede ser complejo, es factible lograr con una preparación muy clara y con la atención al menor en edades tempranas, aunque es posible trabajar con personas de más edad.
En definitiva, para personas con diagnóstico como para aquellas que no lo tienen, sin duda le educación emocional es parte de la formación del ser humano. En cualquier caso, contribuir a personas más sensibles, más empáticas, más conscientes del mundo de las emociones es la fuente para generar un mundo más humano, más amable y más inclusivo.