Es el gran debate sobre el que todos los padres y madres han pasado, pasan y pasarán cuando les ha llegado esta cuestión, y todos se han hecho esta misma pregunta. Y no, la realidad es que no hay una única respuesta, de verdad que lo sentimos. Porque no puede haber una respuesta general y categórica cuando las realidades sociales de cada familia y la personalidad (aún en formación) de cada niño o niña son diferentes. Sí podemos afirmar una cosa: no somos mejores ni peores por utilizar la guardería, el jardín de infancia o la escuela infantil. Es más, debemos desechar el sentimiento de culpa cuando decidimos que nuestro hijo o hija pase algunos momentos en un establecimiento de este tipo, o se quede en casa con su papá o mamá, con sus abuelos, con una cuidadora, o con cualquiera de las mil soluciones posibles. En ningún caso nos hará peor o mejor padre o madre.

Entendemos, y así trabajan en algunos países nórdicos, que hay un estado perfecto donde los niños y niñas se desarrollan en un entorno familiar hasta los seis años. Decimos perfecto, porque son muchas las circunstancias que se deben sumar para poder hacer de esto una realidad. Una situación que se genera en países donde existe un alto nivel de vida y un fuerte Estado del Bienestar que genera muchas herramientas para las familias que les permite mantener al menor durante sus primeros años de vida en el seno de la familia, asegurándole la capacidad de interactuar socialmente y donde el niño o niña van creciendo en madurez y autonomía, aunque siempre acompañados de su padre y madre.

La colectividad es fundamental para llevar este modelo a la práctica, donde los grupos de madres y padres se organizan para generar alternativas de ocio saludables, espacios comunes para adultos y menores y encuentros entre niños y niñas de diferentes edades. Estar en casa no se entiende en estos entornos como estar ausente de un entorno educativo, sino al contrario.

Cuando la realidad obliga a una escolarización temprana, hay modelos que se inclinan por generar ámbitos de claro predominio sensorial y vivencial. Son ambientes muy propicios para los menores que se escolarizan antes de los tres años, y que consiste en ofrecerles entornos libres, sin sillas ni mesas, con mucho contacto en espacios al aire libre, y en entornos cuasi-familiares. Son muchos los centros que se adaptan a estas condiciones. El nivel de las escuelas infantiles, en general, es muy alto.

De hecho, las escuelas infantiles son muy seguras, están muy controladas, inspeccionadas y fuertemente reguladas. Y disponen de personal muy preparado para atender a los niños y niñas de cualquier edad.

No obstante, es que no es lo mismo escolarizar a un niño menor de 15 meses en una escuela infantil, que cuando son más mayores, teniendo como horizonte la edad de los tres años como escolarización normalizada en el sistema educativo público.

El cuidado en casa con mamá o papá tiene ciertas ventajas para el menor, como es la seguridad, el establecimiento y fortalecimiento de un sentimiento de apego, una atención exclusiva con el menor y la máxima seguridad. El bebé se encuentra en un ambiente identificado y se muestra confiando y seguro.  Es cierto que la escolarización en menores de 15 meses – cuando la vinculación con la madre (especialmente) es más intensa –  puede crear sentimientos de ansiedad en el bebé que cuando son más mayores. Pero también es verdad que la realidad social, la necesidad de conciliar con la vida laboral en muchas ocasiones obliga a estas decisiones.

Pero también es cierto que según crecen, éstos niños y niñas necesitan mayores dosis de socialización, estímulos diferentes y retos que – por un instinto de protección de todos los padres y madres – no se encuentra de igual manera en el entorno familiar. A partir de los 15 meses, ser capaces de interactuar con otros niños o niñas de su edad les abre un sinfín de retos en cuanto a habilidades sociales, pero también en cuanto a autonomía personal. En estos círculos el niño o niña recibe más estímulos cognitivos y se fomenta mejor el desarrollo psicomotor.

Si cuando son más pequeños se discute el permanente contacto con otros menores porque supone un riesgo de tener contraer determinadas enfermedades, generalmente ninguna grave ni que suponga riesgo, es cierto que cuando son más mayores se entiende que fortalece su sistema inmunológico. La etapa de ‘vivir con mocos’ es una constante, pero generalmente no tiene mayores efectos en su vida cotidiana y, según muchos pediatras, puede ser beneficioso para su sistema de defensa.

Como hemos visto hay pros y contras, opiniones para todos los casos y un fuerte debate, incluso entre los propios psicopedagogos sobre la oportunidad de una u otra solución. Por lo tanto, la pregunta tiene una rápida solución, que no es sencilla: hay que adaptar la decisión a la realidad de cada familia, la predisposición de tener un centro adecuado y la capacidad de vivirlo – las primeras separaciones son muy dolorosas – y todo ellos sin vivirlos bajo los sentimientos negativos.

No obstante, es cierto que en otra parte de Europa se han extendido otros modelos diferentes a modo de puente entre la familia y un centro infantil, como son los ‘grupos de madres’, que en realidad se trata de una cuidadora profesional que, en un entorno doméstico, cuida a tres o cuatro niños o niñas. La clave está precisamente en la formación y la profesionalidad. Otros recursos, como los abuelos, pueden ser una opción que beneficie a ambos – abuelos/nietos – pero no siempre nuestros más mayores tienen la capacidad, la fuerza o los recursos para atender de manera continuada y efectiva de sus propios nietos.

En definitiva, donde se proteja al niño de sentimientos negativos vinculados con la culpa, el remordimiento, donde se viva con naturalidad, donde se fomente su desarrollo a todos los niveles, y donde esté cuidado y protegido, el niño crecerá y desarrollará sano y feliz. Es un dicho, pero como en otras muchas preguntas, la respuesta es amor.

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