Aunque parece una tendencia de la postmodernidad en las culturas occidentales, lo cierto es que el colecho ha sido una realidad en todas las sociedades a lo largo de la historia, en algunos casos por decisión y en otras por necesidad. No obstante, este concepto que cada día tiene más seguidores en nuestro ámbito social es un hábito mayoritariamente seguido en las culturas asiáticas, donde los menores duermen con uno o los dos progenitores desde que nacen hasta avanzada la niñez.

Es una manera de vincular al bebé a sus ascendientes, protegerle y establecer vínculos físicos y emocionales de la manera más rápida. Un mayor contacto físico también genera mejores niveles de confianza en el bebé que siente más cercano a su padre y madre y, por lo tanto, más seguro de sí mismo en su nuevo entorno. No obstante, razones para el colecho hay muchas y cada unidad familiar tiene las suyas.

En la actualidad, en España sigue ocurriendo lo mismo, hay distintos motivos para introducir en las rutinas de sueño de los bebés el colecho: en unos casos por convencimiento bajo el concepto de ‘crianza con apego’; en otros casos por necesidad vital, impulsados por razones de convivencia, biorritmos o comodidad.

La necesidad obedece a la atención de los requerimientos del bebé que en la noche suele despertar y demandar alimento en varias ocasiones. Estar cerca de él hace más fácil la lactancia materna, más cómoda y por lo tanto que se extiende más en el tiempo en beneficio del bebé, por las bondades que le reporta; y en el de la madre, por su conexión con el pequeño. El diseño de la vivienda, la separación de los espacios, la temperatura de la misma, etc. y la necesidad vital de lograr el mayor descanso posible de la madre es un condicionante para tomar esta decisión.

Cuando es una decisión consciente y tomada con profundo convencimiento como pauta del modelo de de crianza denominado ‘con apego’, se busca afianzar esa vinculación emocional desde el minuto uno tras el parto, gracias a un contacto físico más intenso con el bebé durante las noches.

Pero fuera por la razón que sea, lo cierto es que el colecho – la decisión de compartir un mismo espacio para el sueño nocturno de adultos y menores – ofrece ya algunas ventajas contrastadas para el menor y su desarrollo, aunque también comporta algunos inconvenientes.

Los expertos en pediatría coinciden en que reduce el llanto nocturno, mejora la temperatura del bebé, su sincronización termal; y reduce el estrés del menor. Todo ello redunda directamente en una mejor calidad del sueño del menor y, por en gran medida de la madre. Una mejor salud del sueño implica un mejor desarrollo neural del bebé, genera un crecimiento acelerado, y estrecha el vínculo emocional entre padres e hijos.

 

Colecho seguro 

No obstante, hay algunos riesgos para el menor cuando comparte un espacio reducido con adultos en pleno proceso de sueño. Las medidas de seguridad para minimizar estos riesgos se conocen como ‘colecho seguro’. La Asociación Española de Pediatría (AEP), a través del Grupo de Trabajo para el Estudio de la Muerte Súbita Infantil y el Comité de Lactancia Materna dispone de una serie de recomendaciones para evitar los casos de Síndrome de la Muerte Súbita del Lactante (SMSL). De partida, recomienda que los menores de seis meses duerman en una cuna, cerca de la cama y de su madre, en posición boca-arriba.

No obstante, la propia AEP considera que la lactancia materna tiene un efecto protector frente a los casos de muerte súbita y, por lo tanto, en la medida que el colecho favorece la lactancia materna lo considera positivo. Aun así, la Asociación fija algunos consejos básicos.

En este sentido, desaconseja el colecho para menores de tres meses, aquellos que tienen un bajo peso o quienes son prematuros. Desde luego, y para evitar situaciones de riesgo, no se recomienda para aquellos padres con sobrepeso, que consuman tabaco, alcohol o fármacos que pueda afectar a la profundidad de sueño. También en situaciones puntuales de exceso de cansancio, donde los progenitores puedan perder durante un sueño profundo, las pautas de seguridad cuando se comparte la cama con un bebé. En todo caso, y atendiendo a las medidas de seguridad, no se aconseja el colecho en superficies blandas, sofás, o con múltiples personas.

El colecho también puede desencadenar otro tipo de problemas, como son los de intimidad entre la pareja. En muchos casos, cuando los menores van creciendo, se reduce la calidad de sueño de los adultos por los movimientos de sus hijos, las posiciones en la cama, etc. que hace que la convivencia se haga más difícil. Hay algunos expertos que plantean que esta práctica puede generar niños o niñas sobreprotegidas y dependientes de su madre. Aunque en este aspecto hay diferentes lecturas, puesto que hay estudios también que abordan un mejor equilibrio emocional, de confianza y de seguridad entre los menores que han compartido sueño en la misma cama que su padre o madre.

En definitiva, se trata de una elección personal y/o familiar, difícil de juzgar en cualquiera de sus términos. Sin duda, la seguridad es la prioridad de los padres, y estableciendo unos criterios sería suficiente para llegar al colecho seguro. El contacto físico entre menores y adultos genera confianza, bienestar y un vínculo emocional muy estrecho.

Cada unidad familiar debe elegir el modelo que mejor se adapte a sus necesidades, a la realidad de cada niño o niña, las circunstancias vitales que cada persona o pareja atraviesa, y a la situación del entorno familiar, puesto que hay otros condicionantes como pueden ser otros hijos en la familia, rutinas familiares y laborales de los adultos, etc. que determinan la generación de este tipo de hábitos.

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