Si te falta el aliento, si cada vez vives más rápido, tienes menos tiempo para pensar, para disfrutar de las cosas, cosas que se agotan en seguida, que pierden validez casi al instante, que consumimos de más, no sólo productos, sino experiencias, vivencias, situaciones e incluso, personas; si te ves sumido en un huracán sin control, donde las noticias estallan con la misma violencia con la que desaparecen; si cada vez se tiene menos control del hoy, del día que cada vez dura menos y tiende ser un ahora fugaz; si tienes la sensación de que el tiempo, y nuestra manera de usarlo, te devora; si vives todo eso, estás viviendo los efectos de una sociedad insaciable en la inmediatez, que tiende a lo banal, a lo trivial y lo superficial.

El filósofo Zygmunt Baumann (Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010) denomina este modelo colectivo de comportamiento en los países desarrollados como ‘La Sociedad Líquida’. Sintetizando en exceso, es aquella donde el ciudadano busca una gratificación inmediata, instantánea y rápida de cualquier necesidad. Fruto de una evolución del consumismo más extremo y de la irrupción de las nuevas tecnologías, los dispositivos electrónicos, las redes sociales y el mercado, es capaz de poner en horas el pedido más ocurrente del mundo en la puerta de casa y por muy poco dinero.

En definitiva, un mundo donde se puede tener de todo al momento hasta tal extremo que ese todo termina perdiendo valor. Una situación que se traslada, en los casos más agudos, a las nuevas relaciones sociales, que tienden a ser más efímeras, más frágiles, muy mercantilistas y cada vez menos humanas. Ello tiene un impacto en la educación del menor en la sociedad de la inmediatez y en su evolución como adultos en las Sociedades Líquidas.

Baumann en su intervención durante la ceremonia de entrega del Premio Príncipe de Asturias apuntaba a que uno de los objetivos de los educadores es proteger del 99,9% el exceso de información que reciben los jóvenes de hoy en día. Tal bombardeo de mensajes, que no de información, convierte a nuestros jóvenes y niños en personas en conexión constante y en desconexión emocional continúa. Una vez más, el control de los dispositivos móviles y de las redes sociales a edades tempranas es fundamental, puesto que esta sobreexposición genera estrés, ansiedad, frustración y todas las derivadas de trastornos y síndromes vinculados a la salud mental. La consecuencia en edades adolescentes y adultas son grupos de población con menor capacidad de atención, concentración, paciencia y capacidad de esfuerzo. Porque el esfuerzo exige tiempo, justo lo contrario a la Cultura de la Inmediatez.

Esta cultura de la sustitución, del usar y tirar, también se traslada a las relaciones humanas, puesto que tener de todo y poder desprenderse de ello para seguir consumiendo elimina cualquier vestigio de valor y se termina por difuminar el concepto de apego: también con las personas. Si no educamos a ser resilientes a la frustración, a entender que las cosas pueden y tienen que esperar, que no se puede tener todo y tenerlo ya, generalmente construimos personalidades donde confundimos el no lograr lo que se quiere con la sensación de fracaso. Un concepto actual de fracaso que deriva en profunda frustración. Un supuesto fracaso social que transmuta en los casos más graves en situaciones de depresión que puede derivar a otras patologías e, incluso, a situaciones extremas de fracaso.

Los expertos en salud mental y en atención psicológica infantil recomiendan encarecidamente desvincular el crecimiento del menor con el uso del dispositivo electrónico. Aislar en la medida de la posible los clichés sociales que imponen las redes sociales a edades tempranas, cuando aún no tienen capacidad de racionalizar y en un momento de inmadurez que les hace vulnerables. Los niños y niñas entenderán que las cosas que se obtienen con paciencia, trabajo y esfuerzo, en ocasiones, tienen mucho más valor que precio. Tenemos que dar ejemplo, tenemos que ser modelo de comportamiento en esto también.

Es importante saber esperar y no desesperar. Saber y entender que todo lleva su tiempo. Son lecciones que anima a los menores a organizarse, a planificar, a controlar la ansiedad y el estrés, elementos que le permitirán defenderse en su edad adulta ante la realidad donde ‘ni el todo ni el ya’ es siempre posible.

Porque tenerlo todo, tendencia a la que se prestan los padres y madres superprotectores de hoy, es una manera de restarle valor a cada una de las cosas. Y eso, en algunas ocasiones, tiene efectos en lo personal, como ocurre con las primeras relaciones afectivas entre los adolescentes. Los arquetipos de relación personales que muestran la televisión y las redes sociales donde se valora la cantidad les está privando de otros valores que no se pueden medir al peso.

En este proceso educativo contra la Cultura de la Inmediatez son muy útiles los juegos de mesa, que imponen en su dinámica rutinas de turnos, de espera, de esfuerzo y de un resultado final que hay que trabajar. También otros divertimentos como los puzles, los ejercicios de papiroflexia o tareas más cotidianas como la cocina para niños, seguro que mejor si son postres o repostería, ofrecen una satisfacción con el paso del tiempo y el cumplimiento de determinados hitos. Labores que exigen dedicación, trabajo y sobre todo el respeto de los tiempos necesarios.

Tenemos esa doble responsabilidad como adultos educadores de no asumir como normal la anomalía de vivir con prisas incluso cuando no tenemos la necesidad de llegar antes que nadie; y tenemos la obligación de atender a las nuevas generaciones educándoles en sosiego en esta sociedad de la inmediatez.  Somos su mejor modelo, somos su mejor ejemplo.

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