El dicho popular afirma que la ‘primavera, la sangre altera’. Y aunque no hay constatación científica, si lo hay empírica en la medida que notamos a nuestro alrededor, entre amigos y familiares, incluso en nosotros mismos, un cambio evidente en nuestro cuerpo con la llegada de la primavera y el cambio de estación. Es lo que se denomina Astenia primaveral. Este cambio de invierno a la primavera viene acompañado de síntomas muy característicos, que afectan a menores y adultos, pero cuyo impacto en esta transición de una estación a otra – como ocurre también entre el verano y la primavera – deja su huella en nuestros niños y niñas con diagnóstico de autismo.

Algunos expertos explican este síndrome temporal y repetitivo año tras año.  En cierta medida, vienen a decir que los cambios de luz suelen afectar al hipotálamo y a la secreción de determinadas hormonas. Entre ellas, las endorfinas, que nos genera la sensación de bienestar; la serotonina, implicada en el estado anímico y del estrés; o en la melatonina, aquella que nos ayuda a conciliar el sueño.

Es la luz, y los cambios en ella, lo que explican alguna de las señales a las que reacciona nuestro cuerpo. En el caso de los niños con autismo porque en muchos de ellos hay una hipersensibilidad sensorial que le hace sufrir todos los cambios de manera brusca.  Con la primavera son más las horas de luz, cambios de temperatura, variabilidad en el clima, más un cambio de horarios que generan más disponibilidad de disfrutar de actividades al aire libre, rompiendo parte de la rutina de invierno. Una situación a la que el organismo debe volver a habituarse y que requiere un tiempo de adaptación.

Ello se transforma, al menos durante las primeras semanas, en un estado de apatía, cansancio, desgana y bajo ánimo. Y en muchos casos a una resistencia de los menores a sus rutinas cotidianas, vinculadas a los hábitos de alimentación, sueño e higiene, así como a sus tareas escolares. Irascibilidad, agresividad en muchos casos, y desorden asociado a un comportamiento normalizado suele ser la reacción a estos cambios que, generalmente, ni ellos entienden ni nosotros.

La pregunta de oro es si se puede prevenir. La respuesta que todo el mundo ofrece es que no, pero sí podemos actuar de manera preventiva. Todos coinciden en la necesidad de reforzar los hábitos saludables. Y sobre todo las rutinas. Anticipar el tránsito que impone los cambios de luz – por ejemplo – es una buena táctica.

En este sentido, es importante respetar las normas establecidas en cuanto al sueño. Para los menores, y también para los más mayores que sufren la astenia primaveral, el deporte y el consumo de energía ayuda a controlar los estados de ánimo. Las endorfinas que se genera es un buen paliativo a la sensación de ‘bajón’ generalizado. Y otro elemento que recomiendan es la vigilancia de la alimentación que, a través de las frutas y verduras, la reducción de la ingesta de alimentos con mayor nivel de grasa, y una correcta hidratación (ahora que suben las temperaturas) son aliados estratégicos a la hora de hacer frente al cambio de estación. Es común en los menores una falta de apetito, también como síntoma vinculado a la astenia, una reducción en la alimentación que genera – en una cadena sin fin – cansancio, por lo tanto, resistencia a realizar sus tareas con normalidad, irritabilidad cuando debe hacerlas, y así en una cadena que es importante romper lo antes posible.

No obstante, aquellos niños y niñas que sufren con mayor incidencia el cambio de estación lo que requieren es una dosis mayor – aún – de paciencia. Ser conscientes de cuál es el origen ayuda, especialmente si somos conscientes del carácter temporal y el proceso de adaptación que nos llevará a una normalización de la situación.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies