Adolescencia y autoestima baja son dos variables que se dan más a menudo de lo que pensamos. Los problemas de valoración personal entre la población juvenil es la chispa de futuros problemas de salud mental, estabilidad emocional y bienestar personal entre la población de 12 a 18 años. Y cada vez más, y cada vez más en silencio, sin entender socialmente el fuerte impacto que genera en la población más joven. Se trata de una lacra silencio que tiene un impacto social y personal de magnitudes inmensas.
Sin duda, mantener una autoestima equilibrada entre los jóvenes es un trabajo que se debe desarrollar en el seno de la familia, aunque hay determinados comportamientos o usos sociales que influyen. Las expertas de Instituto Alcaraz consideran que trabajar en un clima adecuado en la población juvenil, facilita y controla los casos más severos de autoestima baja en la adolescencia. Para ello, crear un sentimiento de ser queridos y protegidos en la edad temprana, ayuda a valorarse en positivo, en la medida que se sienten más seguros de su entorno como de sí mismo.
No obstante, los problemas de identidad y, por lo tanto, de valoración de uno mismo es consustancial a la etapa de la vida donde más cambios físicos y sociales se registran. En la adolescencia cuando se producen los cambios más drásticos en el aspecto físico, se deben asumir nuevas responsabilidades, bajo menos tutelas de los adultos. Esto genera incertidumbre en grado máximo que no todos los jóvenes gestionan de manera correcta.
A ello, se suma el impacto social y personal que tiene la imagen personal, acuciados por el entorno de amistades de los jóvenes y la presión que ejercen los medios de comunicaciones, las redes sociales y los arquetipos de imagen personal que impone la presión social. No asumir esta realidad, y que el canon de belleza tipo se da pocas veces en el mundo real, puede sumarse al coctel de cambios de nuestros jóvenes. Lo que termina con problemas de baja estima.
En la mayoría de casos, esta situación personal se traduce en problemas de rendimiento escolar y laboral, en los problemas de relaciones sociales y de amistad – cuando es más importante que nunca en el recorrido vital – y una derivada hacia cuadros de depresión, trastornos alimenticios, entre otros. También son comunes los problemas de convivencia familiar, la generación de comportamientos transgresores de violencia e incluso conductas delictivas, siempre como respuesta a su malestar interno o, en un caso inverso, degenerar en relaciones de sometimiento o dependencia suma en la búsqueda de ser aceptados por terceros.
Hay indicadores que alertan del bajo nivel de autoestima como con la apatía, la falta de compromiso y de energía para llevar a cabo actividades de todo tipo, etc… Es muy común que recurran a conductas regresivas, a echar culpas a terceros de todo, engañar o mentir para no sentirse responsable. En los casos de baja autoestima es generalizado la timidez excesiva, combinadas con comportamientos agresivos, desafiantes que buscan dar toques de atención al entorno próximo.
Sin duda alguna, el entorno más cercano, familiar y escolar, es fundamental para ayudar al adolescente a hacer frente a estas situaciones de zozobra de la propia autoestima.
La primera norma en el ámbito familiar es evitar menospreciar el origen de su angustia vital, de sus dudas sobre él o ella misma. Sin magnificar, tampoco, es necesario establecer un diálogo constructivo que permita racionalizar la realidad hasta lograr asumir lo que uno es, lo que quiere ser, lo que puede hacer y cuál es el camino de aceptación de las realidades, donde nadie es más que nada; y sobre todo, menos que ninguno.
Como en muchas cosas en la vida, la respuesta a muchas de nuestras preguntas está en el amor: demostrar afecto, elogios, muestras de cariño como el abrazo o los besos, refuerzan su imagen, por encima de la percepción que encuentren fuera del ámbito familiar.
Una de las actividades más efectivas tiene que ver con el ejercicio activo de la escucha, eso sí, sin que venga precedido del juicio o de la recriminación. En todo momento, este diálogo abierto y activo permite a los adultos generar relaciones positivas en el entorno familiar, así como poder plantear alternativas a cualquier problema o reto. Una de las cuestiones que se demuestra muy efectivas son la consecución y fijación de metas, ajustadas a su realidad y posibles de cumplir, como la de cumplir rutinas saludables, de alimentación o de práctica deportiva.